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A finales del siglo XIX la situación higiénica de la ciudad de Madrid distaba bastante de la que encontramos actualmente. Las enfermedades infecciosas eran la principal causa de defunción dentro de la sociedad, inundada de todo tipo de microorganismos como los causantes del sarampión, la difteria, gripe, tifus, cólera o tuberculosis. Principalmente en los barrios periféricos y aquellos ocupados por las clases sociales más bajas, las medidas preventivas de higiene pública insuficientes se unían al entorno socioeconómico poco propicio para combatir dichas enfermedades. Para hacerse una idea, la mortalidad en Madrid en estos momentos era claramente superior a la media española y también se encontraba muy por encima de la media de las principales capitales europeas.
Madrid estaba dividido en tres zonas urbanísticas diferenciadas: el casco antiguo, el ensanche y el extrarradio. En esta última zona las viviendas solían ser asentamientos chabolistas, habitados por antiguos jornaleros del campo que acudían a la capital en busca de mejores oportunidades de trabajo. La zona donde malvivían los estratos sociales más deprimidos y, por tanto, donde se concentraban los más altos índices de mortalidad debido a cuatro hechos diferenciadores del resto de zonas madrileñas:
Esta situación fue la que propició que, María Dolores Romero y Arano decidiese encargar el proyecto con el objetivo de realizar un grupo de edificios en una manzana del Plan Castro para alojar todos los servicios correspondientes a un Hospital de Jornaleros .
Un proyecto con un presupuesto de 9 millones de pesetas, de los cuales, cuatro fueron aportados por la fundadora y el resto se conseguiría a través de donativos.
Doña María de los Dolores Romero y Arano , propietaria de la manzana comprendida entre las calles Raimundo Fernández Villaverde, Alenza, Maudes y Treviño, proyecta un edificio donde se instalaría un hospital que también serviría como sede de su fundación. Acogería a aquellas personas, obreros/jornaleros que no contasen con los medios económicos suficientes para recibir buenos cuidados médicos.
El encargo recaerá en el arquitecto Antonio Palacios y su colaborador en muchos de sus proyectos Joaquín Otamendi
. Cabe destacar que Palacios en estos momentos tenía solo 32 años, aunque su corta edad e inexperiencia no le impidieron recibir encargos de alto calibre. En estos momentos ya contaba con obras como el Palacio de Comunicaciones
, el Teatro Rosalía de Castro
en Vigo, el puente donostiarra del Urumea y el monumental de Bilbao.
El espacio seguirá los parámetros establecidos por el arquitecto en obras anteriores, con un lenguaje ecléctico y con ciertos aspectos próximos a la escuela vienesa. Un aspecto relevante será la utilización de piedra de Colmenar sin tratar, colocada tal y como se extraía de la cantera, algo que habla del aspecto regionalista que el arquitecto empleaba en algunas de sus obras. En este caso, tratándose de un espacio ubicado en la periferia de la ciudad de Madrid, Palacios decide dejar de lado la pulcritud y perfeccionamiento exigidos para otros proyectos y emplear esa técnica que, lejos de minusvalorar el proyecto, le otorgará un carácter único que no veremos en ningún otro de los espacios proyectados para la ciudad de Madrid. Una creación de aspecto robusto, semejante a una fortaleza o castillo medieval con las altas torres destacándose por encima del resto de escenario de la urbe madrileña.
La articulación del espacio con 4 naves radiales y, en el centro, en lugar de colocar la iglesia, el arquitecto decide proyectar un gran patio octogonal rodeado por una galería de circulación. Lejos de parecer una mera cuestión estética, este esquema, permitía dotar a las salas de enfermería de una iluminación y ventilación excelentes que minimizarían los riesgos de contagios dentro del edificio y además, facilitaba el recorrido del mismo.
El edificio estaba dotado de un pabellón médico de tres alturas para los servicios de consulta pública, las dependencias administrativas, despachos, habitaciones particulares del director facultativo, laboratorios, almacenes, cocina y depósitos varios que se repartían por las diferentes plantas. Las salas de enfermería eran parte fundamental del edificio, destinadas a unas 150-200 camas distribuidas en dos plantas, eran el espacio de internamiento de los enfermos, en sus extremos los comedores, servicios higiénicos y almacenes.
Junto a esto, dos pabellones independientes. El primero de ellos de una sola planta y sótano, rodeado de un patio dedicado a los enfermos infecciosos en régimen de aislamiento con una capacidad de 10 camas. También albergaba el depósito de cadáveres, la sala de autopsias y una pequeña sala de velatorios, contaba con un corredor subterráneo que permitía el traslado de los cadáveres con discreción. El otro pabellón de una planta y simétrico al anterior dedicado a salas de operaciones, enfermería y consulta pública gratuita, para hombres y mujeres, sin atender a edades.
Al exterior, Palacios intercaló zonas con cerámica sobrepuesta en la piedra, se ocupará él mismo del diseño, el colorido, se lo aportaría Daniel Zuloaga, ayudando a dar al edificio un aspecto singular. Todo el espacio se diseñó rodeado de jardines, tanto en el patio central como en las zonas entre los pabellones, algo de vital importancia para la recuperación de los pacientes tanto física como mentalmente.
La iglesia, colocada en el extremo opuesto al acceso principal, destaca por sus enormes vidrieras y su volumetría descomunal en relación con la del Hospital. Se emplaza en este lugar porque es esta vía la más importante de las que rodean el espacio y, por tanto, debía estar aquí colocada la parte más monumental del espacio, de ahí también la creación de la escalinata bajo un pórtico de gran elevación.
Fue inaugurado el 22 de junio de 1916 por el Rey Alfonso XIII , la Reina Victoria Eugenia
, la Infanta Isabel
, la fundadora y otras damas. Las revistas del país se hacían eco de la noticia y, en algunas de ellas, se podían leer titulares como “la gran obra filantrópica”
La guerra civil , igual que ocurrió con diversos lugares de la ciudad de Madrid, afectó al Hospital de Jornaleros. Fue incautado por el ejército republicano, expulsando a las religiosas que allí se encontraban, y utilizado como clínica de cirugía militar. Cuando finaliza la guerra, se decidió seguir con la actividad iniciada durante la contienda, reformando el espacio y adaptándolo para cubrir todas las necesidades de los servicios de sanidad militar. Será a partir de 1939 cuando el Hospital vuelva a ser regentado por las Hijas de la Caridad
, que se encargarían de atender a los enfermos y sus familias, a partir de 1946, se unirá personal civil al servicio de la administración militar. Su capacidad por aquel entonces ascendía a 300 camas, 50 de ellas reservadas a oficiales. En 1964, el Hospital volverá a las manos de la fundación, que debió recibir cierta cantidad de dinero por las molestias de haber sido un hospital ocupado durante 25 años. A pesar de esta situación, lo cierto es que permitió que se mantuviera abierto hasta 1970, cumpliendo la función para la que había sido creado.
Sin embargo, desde 1970 hasta 1984 el espacio estuvo cerrado y esto provocó su progresivo deterioro hasta que en 1984 el espacio es adquirido por la Comunidad Autónoma de Madrid en subasta pública, comenzaba así su proyecto de restauración y rehabilitación que se extendería en el tiempo hasta 1987, en este caso lo lleva a cabo el arquitecto Andrés Perea Ortega y ascendería a más de 440 millones de pesetas.
En el perodo que el espacio permaneció en desuoso, lejos de quedar en el olvido, fue objeto de reclamo por parte de diferentes instituciones y de personas de diversos ámbitos. Desde el Centro Gallego en Madrid hasta las mismas Hermanas Carmelitas, participaron en el expediente de declaración de Bien de Interés Cultural apoyando la importancia del lugar y, por tanto, su necesidad de conservación. La tramitación se inicia en 1976 pero no será hasta 1979 cuando por Real Decreto 2122/79 de 6 de julio se declara el espacio Monumento Histórico-Artístico de caráter nacional.
Documentos del Expediente abierto para declarar Bien de Interés Cultural (BIC) el Hospital de Jornaleros de San Francisco de Paula, proyectado por el arquitecto Antonio Palacios Ramilo
📜 AGA,72-09402-00010
Fotos del Expediente abierto para declarar Bien de Interés Cultural (BIC) el Hospital de Jornaleros de San Francisco de Paula, proyectado por el arquitecto Antonio Palacios Ramilo. Muestran el deteriro sufrido por el edificio por el estado de abando no en el que se encuentra tras la Guerra Civil española.
📜 AGA,72-09402-00010
Dolores Romero falleció durante la Guerra Civil en 1936 a la edad de 83 y elegirá la cripta de la Iglesia del Hospital de Maudes para ser enterrada junto a su esposo, sus padres y su hermana. Una mujer a la que había sido concedida la Gran Cruz de la Orden Civil de Beneficencia y la Gran Cruz de la Orden del Mérito Militar.
Actualmente, el espacio se conoce como Parroquia de Santa María del Silencio, patrona de las personas sordas y sordo-ciegas, de ahí que ofrezcan misa tanto hablada como en lengua de signos. Su nombre cuando se construye el hospital fue la de parroquia Madre del Divino Pastor y San Francisco de Paula.
Las vidrieras son seguramente la parte más impresionante del espacio, más importante aún, siguen recordando el nombre originario de la iglesia articulando en ellas toda una iconografía sobre San Vicente de Paula y sobre a la función hospitalaria del edificio. A la derecha del altar aparecen representadas escenas de la vida de San Vicente de Paúl en el campo y en el mar. A la izquierda, San Juan de Dios asistiendo a los enfermos, el santo sostiene a un moribundo en brazos. Por último, en el coro, aparece Jesús asistiendo y consolando a vecinos pobres y fatigados.