Número de inventario: 15340.
Seda, algodón, alambre, pluma. Alt. 17; diám. máx. 40,5 cm.
Además de un amplio abanico de materias textiles, el empleo de plumas y pieles ha sido generalizado en la confección de sombreros, con una especial incidencia desde finales del siglo XIX, como se puede apreciar en esta pieza circa 1900-1910, que se adorna con un grupo de plumas y dos pequeños pajarillos. El éxito de las plumas se asocia a su ligereza, flexibilidad y sensualidad, e incluso algunos autores resaltan que “realzan y exageran el atractivo sexual de las mujeres” (VV. AA, 2004 b: 81). Son abundantes las referencias documentales de la época que nos acercan a su valoración: “Los adornos de plumas son graciosos, su ligereza se presta bien a la silueta femenina, y el perlado brillo de sus matices da a la carne un tono irisado seductor” (C. Burgos Seguí, s. f.: 170). Su uso encarecía sustancialmente el sombrero. Por otro lado, la muerte indiscriminada de pájaros para utilizar sus plumas o disecarlos para colocarlos sobre las alas dio inmediatamente la voz de alarma. Surgieron ligas y asociaciones, siendo en Estados Unidos e Inglaterra donde mayor sensibilidad se mostró. Para evitar que una industria floreciente se resintiera arbitraron soluciones alternativas. Las aves de corral cubrieron las necesidades demandadas por las modistas, que una vez tratadas y teñidas pasaban por plumas de especies exóticas.
Su conservación también preocupó. Por ello, para prolongar al máximo la vida de las mismas, las publicaciones periódicas ofrecían todo tipo de remedios caseros para mantenerlas en un perfecto estado. Un baño de agua templada y jabón de Marsella garantizaban un aspecto renovado. En caso de que la suciedad fuera persistente se aconsejaba espolvorear polvos de cloruro de cal. Sin embargo, como el procedimiento resultaba pesado, hubo comercios especializados que teñían, lavaban y rizaban las plumas usadas, como el de Manuela García Bravo en la calle de la Paz.
Las plumas de avestruz fueron muy solicitadas por la moda. Adornaban sombreros que acompañaban a trajes de gran elegancia, estando al alcance de muy pocas, teniendo en cuenta el precio que alcanzaban: “...las señoras modestas consultan seriamente su presupuesto antes de decidirse a comprar un sombrero, pues una buena pluma de las llamadas de amazona, que tienen por lo menos cuarenta centímetros de largo, cuesta diez o doce duros, y se ven algunos sombreros con tres o cuatro de este género, unas colgando y otras sobre la copa; las que no pueden permitirse semejante lujo se confeccionan con las fantasías...” (Anónimo, 1907: 211).
Antes de disponerlas sobre un tocado, las plumas de avestruz se sometían a un tratamiento. Podían llegar a alcanzar hasta los ochenta centímetros de largo y el plumón oscilar entre los doce y veinte centímetros. En 1911 estas dimensiones se convirtieron en algo excepcional, por lo que se recurrió a un tratamiento artificial que de igual forma encarecía el sombrero.
MPS