A comienzos del siglo XVIII la llegada de los Borbones a España trajo consigo profundos cambios, la introducción de la moda francesa y un movimiento de admiración hacia todo lo foráneo. La imposición de nuevos gustos y nuevas formas de comportamiento se materializaron en la importación de objetos franceses, centroeuropeos, italianos o ingleses con los que sus propietarios dejaron patente no sólo su riqueza y su poder, sino lo que era más importante, su distinción y refinamiento.
La forma de vida cambió y adquirió una importancia inusitada la vida social que provocó novedades en la distribución de la vivienda, la aparición de nuevos espacios y el cambio de protagonismo de los mismos. El estrado dio paso al salón, centro de atención y lugar de privilegio donde tenían lugar las tertulias, donde los hombres se reunían a fumar, donde se jugaba, se leía, se oía música, se tomaba chocolate, café o té. Estos “salones” no sólo acogían reuniones familiares sino que pasaron del ámbito privado al público y desempeñaron un importante papel político e intelectual que en cada país europeo adoptó sus propias particularidades y donde la mujer, poco a poco, fue adquiriendo una posición privilegiada.
A finales del siglo XVIII y hasta el siglo XX, burgueses, escritores, librepensadores, políticos o artistas, adoptaron los salones dieciochescos y los trasladaron a los cafés, lugar de encuentro y tertulia donde se debatían los asuntos candentes del panorama político y artístico de la época. Estos debates y las noticias que circulaban por toda Europa provocaron la curiosidad y las ganas de viajar para conocer y sentir nuevas experiencias.
Después de la Guerra de la Independencia, España se pone de moda: multitud de viajeros llegaron buscando el exotismo, los paisajes pintorescos, las costumbres, el folklore, la literatura y, sobre todo, el pasado arábigo que nos era exclusivo frente a otros países de Europa.