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  1. Introducción
  2. El contacto con Europa
  3. Circulación de artistas, técnicas, formas e ideas

Circulación de artistas, técnicas, formas e ideas

La conciencia de Europa como una comunidad de civilización se ha conformado a partir una densa red de intercambios y transferencias, así como de una trama no menos compleja de imposiciones y procesos de aculturación. Construirse y proyectarse como paradigma ha sido el resultado de la posición hegemónica de Europa en el mundo hasta el último siglo. La exportación de ideas, maestros y objetos culturales dentro del continente se articuló desde la supremacía de los estados con mayor riqueza patrimonial y productiva, superponiendo contaminaciones autóctonas sobre el sustrato de culturas dominantes en alternancia, con centros de poder bien definidos.

La koiné cultural mediterránea en la Antigüedad, y específicamente el papel imperial de Roma, trazaron el diseño de un mapa europeo con un horizonte de homogenización cultural cuyo centro fue la península itálica. Los grandes estilos medievales, herederos de la tradición clásica y de la influencia neobizantina, encontraron un medio idóneo de irradiación en la movilidad demográfica y en las rutas de peregrinación, con un protagonismo destacado de los caminos jacobeos. Estas nuevas estrategias en el tráfico de obras y personas –itinerancia de artesanos- favorecieron la expansión del Románico y la internacionalización del Gótico, colocando a Francia en un estatus de centralidad debido a su privilegiada posición en el trazado de las rutas.

Los territorios peninsulares fueron receptivos a la romanización, así como a las manifestaciones culturales del románico y del gótico internacional. Durante la Edad Moderna se intensificó la circulación de influencias debido al dominio de la monarquía hispánica tanto en las Diecisiete Provincias –Flandes en particular- como en el reino de Nápoles, un poder dimensionado por la situación geopolítica peninsular entre el Mediterráneo y el Atlántico. La sociedad española, inmersa en una cultura visual cada vez más globalizada, consumió bienes culturales procedentes de las regiones más ricas de Europa.

De las prensas de Amberes salieron obras maestras según modelos pictóricos del Renacimiento y el manierismo neerlandés, alemán y, principalmente, italiano. En concordancia con el objetivo de divulgar el legado cultural multiplicado en imágenes, la estampa devino en un eficaz medio transmisor de conocimiento y en un vehículo integrador de las culturas dirigidas del Renacimiento y Barroco. Se generalizaron conductas de apropiación legitimadas por el uso, contribuyendo a difundir las manifestaciones artísticas, universalizar el gusto y perpetuar el prestigio de los autores.

Los avances tecnológicos de los centros de vanguardia flamencos, italianos y franceses llegaron profusamente a la Península y, en la medida en que las tecnologías vernáculas no eran capaces de satisfacer las necesidades de la demanda, fue imprescindible contratar los servicios de artistas extranjeros. Así llegaron numerosos maestros, instruidos en los ambientes más avanzados del arte europeo. En efecto, las relaciones dinásticas impulsaron la contratación de artistas que desde la corte se introdujeron en otras redes clientelares, como la nobleza, las elites político-religiosas o los funcionarios cortesanos, ampliando los círculos de sociabilidad a los agentes implicados en el comercio de objetos culturales.

En sentido inverso, muchos artistas españoles se formaron en los principales centros europeos, Roma y París especialmente, importando los nuevos parámetros estéticos. El viaje a Italia mantuvo un flujo constante hasta finales del siglo XIX y París lo prolongó durante la primera mitad del XX, reuniendo ambos destinos un activo mercado de arte internacional que polarizó la creación cultural y la difusión del gusto.

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