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La jornada de Pavía y prisión del rey de Francia

El 24 de febrero de 1525 tenía lugar la batalla de Pavía, un choque militar que enfrentaba a las monarquías española y francesa por el dominio del Milanesado. El ducado de Milán era reclamado por el rey de Francia, Francisco I, quien había visto frustrada su aspiración de ser proclamado emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico. Por el contrario, quien sí había sido coronado rey de romanos era Carlos I de España (de ahí lo de “V de Alemania”). Por si fuera poco, el emperador poseía además algunos de los territorios históricamente más apetecidos por los franceses, los procedentes de la herencia borgoñona de su padre, Felipe el Hermoso.

Así las cosas, desde 1521 el norte de Italia se había convertido en un terreno en liza para ambas potencias (batallas de Bicoca, Sesia…). El 25 de octubre de 1524 Francisco I penetra en Milán y, reforzado con contingentes suizos e italianos, se dirigió hacia Pavía con la intención de sitiarla. Esta plaza era defendida por unos 6300 hombres al mando del español Antonio de Leyva, mientras que las tropas francesas ascendían a 30.000 y llevaban aparejado un importante convoy de artillería.

La situación de las tropas imperiales en Pavía era precaria, se les debían sus pagas y se temía un amotinamiento inminente que sólo pudo ser evitado mediante la confiscación de la plata de las iglesias pavesanas por orden de Antonio de Leyva. Esta actuación sirvió para aguantar el sitio hasta que 12.000 soldados (entre ellos los famosos lansquenetes alemanes) dirigidos por Carlos de Borbón, un noble al servicio de Carlos V, se reunieran en Lodi, a 20 kilómetros de Pavía.

El rey francés había asentado su campamento en el parque Visconti, cerca del castillo de Mirabello y esperaba la rendición por hambre de las tropas imperiales, pero estas no claudicaron, al contrario, el marqués de Pescara animó a sus tropas a obtener el alimento que les faltaba del campamento francés. Y en efecto, la noche del 23 de febrero dos compañías españolas abrieron brecha en las murallas del parque Visconti para que el resto de las tropas (con camisas blancas sobre las armaduras para distinguirse del enemigo) penetraron en el interior.

La batalla fue sangrienta, pero finalmente los franceses quedaron superados y determinaron huir del campo. Durante la retirada, un disparo de arcabuz derribó al caballo del rey galo, que quedó atrapado y fue capturado. Tres españoles se disputaron el honor de haber capturado tan singular prisionero. Uno de ellos, Alonso Pita de Veyga, lo relataba en este documento hoy conservado en el fondo Osuna del AHNOB

Documento en letra cortesana titulado del siglo XVI Pulse para ampliar
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El soldado Alonso Pita de Veiga relata su actuación en la batalla de Pavía (1525) y la captura de Francisco I, rey de Francia.

Transcripción del documento AHNOB,OSUNA,C.2993,D.1.

La jornada de Pavía y prisión de rey de Francia

Jueves a XXIII de febrero de 1525 a la tarde, mandaron los capitanes que toda la gente estuviese en orden, armados de todas piezas y sobre las armas llevasen camisas o enseñas blancas. Y cuando anocheció, la gente de armas fue a caballo y puestos en escuadrón, y lo mismo la infantería. Y donde la gente de armas solía hacer la guarda de noche dejaron la compañía de los continos del visorrey de Nápoles, y donde solían hacer las centinelas quedaron las compañías del capitán Loys de Veacanpo (sic) y de otros dos capitanes. Y cuando los franceses supieron que nuestro campo se levantaba pensaron que huíamos y mandaban las espías a reconocer nuestro campo y hallaban las guardas de gente de armas y las centinelas de la infantería puestas como antes se solían poner. Y a media noche llegamos a la muralla del parque (1) y con unas vigas hicimos dos portillos grandes, y como los franceses esto sintieron, dieron alarma y fueron a avisar a su rey y él mando tirar ciertas piezas de artillería hacia donde rompíamos el parque.

El otro día al alba, que era XXIV de febrero, entramos la gente de armas y caballos ligeros dentro, y luego nuestros caballos ligeros empezaron a escaramucear a los suyos, y fueron a Mirabel donde era el aposento del rey, y lo quemaron, y saquearon lo que hallaron. Y el escuadrón de la gente de armas nos pusimos detrás de una casa y la artillería de los franceses la derribaron, y nosotros nos retiramos un poco a un vallecico y esperamos [a] nuestra infantería española y tudescos que pasasen. Y quedó atrás cuatro mil italianos con nuestra artillería y vinieron los caballos ligeros de los franceses y les tomaron nuestra artillería y los degollaron a los mas de ellos. Y nuestra infantería se puso en escuadrones, y la gente de armas lo mismo. Y vino a la vanguardia de la gente de armas el marqués de Pescara y el señor Alarcón animando a la gente, diciendo que se acordasen cuánto tiempo había que señoreábamos a Italia y que cada uno podría ser capitán, y que se acordasen de la honra de España, que aquél día esperaba en Dios que la ganaríamos para siempre y otras buenas razones. Y de[sde] que vio los escuadrones de los franceses que había tanta gente de armas y la nuestra tan poca, hizo venir de arcabuceros para que se pusiesen a los costados y mandó que nos retirásemos a Mirabel (2) por que era algo fuerte y tenía un arroyo entre medias. Y a este tiempo ya jugaba la artillería de los franceses y su escuadrón de ellos estaba ya tan cerca de nosotros que nos fue menester romper con ellos, y ellos se apartaron un poco a nuestra derecha por que su artillería jugase en nosotros y entonces nuestro escuadrón arremetió a ellos y los desbaratamos en que allí mataron al alferez que llevaba el estandarte real del rey de los romanos, y yo, Alonso Pita de Veyga, vecino de Ferrol del reino de Galicia, arremetí con un estoque en la mano en medio de su escuadrón y recobré el dicho estandarte que ya lo tenían los enemigos en su poder y lo volví a enarbolar y tornamos otra vez a rehacer nuestro escuadrón y recoger alguna de nuestra gente de armas que se había ido a Mirabel. Y el escuadrón de los franceses, que iba desbaratado, se fue a rehacer en el escuadrón de la batalla donde venía el rey de Francia y volvieron otra vez a romper con nosotros y Monsieur de Borbón que estaban con nuestra batalla por que éramos tan poca gente de armas en los dos escuadrones que no pasábamos de 800 hombres de armas y los franceses eran mas de 2000. Arremetió a los franceses por el costado y quiso dios que los desbaratamos y matamos muchos dellos. Y a la hora, el rey de Francia con su guarnición empezó de retirarse hacia Milán y yo, que llevaba el estandarte del rey de Hungría que había recobrado -que aún no era rey de romanos- fui camino de Mirabel en donde hallé al visorrey de Nápoles, nuestro general, solamente con el su capitán de su guardia, que se llamaba Francisco de Ávalos, y le dije cómo la victoria era nuestra y que los enemigos huían, por que él aún no lo sabía según el lugar donde yo le hallé. Y él me mandó hacer allí alto y recoger la gente de armas, y yo lo hice así hasta que llegó el estandarte del marqués del Gasto y el del conde Golisano (3) y el del señor Alarcón. Y entonces llegaron allí ciertos caballeros del rey de Hungría, españoles y húngaros, entre los cuales iban un caballero que se llamaba Quintanilla y otro don Pedro Laso, y me pidieron el dicho estandarte diciendo que era suyo de ellos y que ellos lo habían de llevar, y yo les respondí que donde ellos lo habían perdido lo había yo cobrado y que no se lo daría, porque si ellos lo querían seguir, yo lo pondría donde ellos oviesen menester las manos, como yo había hecho para cobrarlo donde me mataran el caballo. Y yo ya había tomado otro de refresco de un paje mío y salime de entre la gente que allí estaba, recogido a los estandartes, esperando al visorrey que me mandara allí alto y fuime directo a donde vi el mayor tropel de franceses. Y el Quintanilla y Don Pedro Laso y otros caballeros me siguieron y el Quintanilla murió allí y otros de que no tengo noticia. Y yo encontré con un caballero francés que se vino a mi diciendo que le salvase la vida y el me daría 10.000 ducados de rescate y yo le pregunté dónde iba la persona del rey, y el me dijo que iba adelante, cabe una enseña blanca, e yo me fui derecho a ella y allegando yo por el lado izquierdo le tomé la manopla y la banda de brocado con cuatro cruces de tela de plata y, en medio, el crucifijo de la Vera Cruz que fue de Carlomagno. Y por el lado derecho llegó luego Joanes de Orbieta y le tomó del brazo derecho y Diego de Ávila le tomó el estoque y la manopla derecha y le matamos el caballo y nos apeamos Joanes y yo, y allegó entonces Juan de Sandoval y dijo a Diego de Ávila que se apease, y yo le dije que donde ellos y yo estábamos no era menester otro alguno y preguntamos por el marqués de Pescara para se lo entregar. Y estando el rey en tierra, caído so el caballo, le alzamos la vista y él dijo que era el rey y que no le matasemos. Y de allí a media hora o más llegó el visorrey, que supo que le teníamos preso, y dijo que el era visorrey y que él había de tener en guarda al rey. Y yo le dije que el rey era nuestro prisionero y que él lo tuviese en guardia para dar cuenta de él a Su Magestad. Y entonces, el visorrey lo levantó, y llegó allí Monsieur de Borbón y dijo al rey francés "aquí está Vuestra Alteza" y el rey le respondió “Vos sois causa que yo esté aquí" y Monsieur de Borbón respondió “Vos mereceis bien estar aquí y peor de lo que estáis” y el visorrey rogó a Borbón que callase y no hablase más al rey. Y el rey cabalgó en un cuartago rucio, y lo querían llevar a Pavía, y él dijo al visorrey que le rogaba que, pues por fuerza no entrara en Pavía, que ahora lo llevase al monasterio donde él había salido, y así lo llevaron al monasterio de Santo Domingo. Y otro día, sábado que fue a XXV del dicho mes, estando el rey y Borbón y el marqués del Gasto (sic) y otros señores, entré yo y mis compañeros y mostré al rey la manopla que le tomara y la banda de brocado con el crucifijo y él dijo que aquella era su manopla y aquella banda con el crucifijo de la Vera Cruz había sido de Carlomagno y el primero don que le habían dado en Francia, cuando le hicieron rey de Francia, había sido aquél crucifijo de la victoria. Y el visorrey le pesó de haber oído estas palabras, por que él decía que él lo había prendido y el visorrey me dijo que me saliese fuera y yo dije al rey que Su Magestad se acordase que yo era el que, el día pasado, le había salvado la vida, y él dijo delante [del] visrorrey y los otros señores que estaban al presente, que yo era el que le había salvado la vida una vez y echándome los brazos al cuello dijo que prometía su fe de darme con que yo pudiese vivir siete vidas y tan bien cumplió lo que me prometió como al emperador nuestro señor lo que con él capituló (4)

(1) Se refiere al antiguo parque Visconti, propiedad histórica de las familias Visconti y Sforza, duques de Milán. Un recinto amurallado, de unos 22 km cuadrados, dentro del cual se hallaba el castillo de Mirabello.

(2) Se refiere al castillo de Mirabello, edificado entre los siglos XIV y XV. En tiempos de la batalla de Pavía (1525) había sido incorporado al recinto del gran parque Visconti.

(3) Los títulos referidos son los de marques del Vasto conde de Colessano.

(4) Es una afirmación irónica pues, tras su captura, el rey de Francia capituló con Carlos I las condiciones de su liberación, las cuales nunca cumplió.

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