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Los baños del Real Sitio de La Isabela (Sacedón)

La segunda mitad del siglo XIX fue una época dorada para los balnearios. Los beneficios de las aguas mineromedicinales eran avalados por la medicina higienista del momento. Su uso era recomendado para combatir dolencias como la gota, la anemia o la tuberculosis e, incluso, como remedio para otras “afecciones” como el sindicalismo o el ateísmo.

En este sentido, uno de los enclaves más afamados, ya desde inicios de siglo, fueron los Baños de Sacedón (Guadalajara), a unos ocho kilómetros de la mencionada villa. Estos venían siendo utilizados desde época romana, pero solo tras largas etapas de abandono volverían a ser reconocidos por sus propiedades y la belleza de su entorno natural. Ya en el siglo XVII, Mariana de Austria pudo comprobar la eficacia de estas aguas. Agradecida, mandó construir una casa próxima a los baños, en la denominada Dehesa de las Pozas (término de Huete) con el fin de modernizar las instalaciones. Antes de que terminara el siglo habían aparecido algunos informes que destacaban las bondades de sus aguas, entre ellos el “Teatro de la Salud y baños de Sacedón” o el “Espejo cristalino de las aguas de España” del doctor Alfonso Limón Montero, catedrático de Medicina en la Universidad de Alcalá de Henares.

Ya en el siglo XVIII, uno de los más asiduos aficionados a estas aguas fue el infante don Antonio, hijo de Carlos III, que mandó realizar un estudio sobre sus propiedades y promovió la realización de mejoras en el lugar.

Sin embargo, el momento álgido de este enclave se inicia hacia 1818, año en el que comenzaron las obras destinadas a la construcción del Real Sitio de la Isabela, que llegaría a constituirse como una pequeña población cercana a Sacedón.

Factura de los baños de la Isabela Pulse para ampliar
Documentos sobre contabilidad de los baños de La Isabela 1897-98 Pulse para ampliar
Itinerario de Madrid a La Isabela Pulse para ampliar

Patrimonio inmueble de la Corona, gracias a su proximidad a la Corte (122 Km), se proyectaba como un lugar con gran potencial para dinamizar la economía de la región. Además del establecimiento de baños, en el sitio se edificaría un palacio con jardines y varias viviendas para bañistas y colonos. La Isabela contaba con huertos, tienda, posada, taberna, horno, herrería, ermita y un tejar para la manufactura de materiales para obras y mantenimiento.

El interés mostrado por la familia real atrajo también el de la aristocracia, dando lugar a una suerte de turismo de la salud que empezaba a extenderse entre las clases pudientes del Viejo Continente. A lo largo del siglo XIX y XX se multiplicó en Europa el número de lujosos balnearios donde, además de recuperar la salud, las élites urbanas podían dedicarse al esparcimiento y la socialización. En comparación con los grandes balnearios europeos -algunos de los cuales eran parada obligada del circuito conocido como Grand Tour- el proyecto arquitectónico de la Isabela podría considerarse como austero, tanto que quedó obsoleto frente a los hoteles-balneario, muy en boga por entonces. Las nuevas modas, la desamortización, la falta de mantenimiento y de vías de comunicación ferroviaria, llevaron a la Isabela hacia su abandono y ocaso definitivo.

Pese a los intentos por acondicionar los baños por parte del marqués de la Vega-Inclán, la irrupción de la Guerra Civil supuso el golpe de gracia para este real sitio que sería definitivamente anegado por las aguas del embalse de Buendía en 1957.

Carta de servicios de los baños de La Isabela
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