A lo largo de la historia, una de las principales causas de discriminación contra la mujer ha sido la dependencia económica y legal de éstas hacia el varón. Esta situación puede comprobarse fácilmente echando un vistazo a alguna de las miles de escrituras de poder conservadas en los archivos estatales. En ellas se muestra a las claras cómo la realización de cualquier negocio jurídico por parte de una mujer debía venir mediatizada por el correspondiente consentimiento del cabeza de familia, ya fuera su marido, padre, hermano o tutor. Así las cosas, las vías para alcanzar una mínima cota de autonomía vital eran verdaderamente exiguas para una mujer soltera o viuda. El peligro de caer en la marginalidad (prostitución o mendicidad) ante la falta de alternativas para proporcionarse un sustento era una posibilidad muy real. A ello se sumaba el veto a ciertas formas de educación, la escasa especialización y la inferior consideración del sexo femenino, generalizada en la época, e interiorizada por muchas de ellas.
Ya en el último tercio del siglo XVIII podemos apreciar un tímido cambio de modelo. En España, el debate sobre la capacidad de la mujer irrumpe en sectores influyentes de la sociedad, incluidas algunas voces femeninas que, desde una posición intelectual, defienden el igual talento de mujeres y hombres.
Una muestra representativa de este cambio de tendencia la hallamos en la creación de la Junta de Damas de Honor y Mérito como “apéndice” femenino de la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País. Ésta había sido instituida en 1775 mediante Real Cédula de Carlos III a imitación de su predecesora, la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País. Ambas nacían al socaire de las ideas ilustradas, impulsadas por un discurso público que consideraba la ociosidad y la ignorancia como el germen de la decadencia de cualquier sociedad próspera. La finalidad de estas sociedades era, por tanto, poner remedio al deterioro social a través del impulso de la agricultura, el comercio y la industria, y de la traducción y publicación de las principales obras extranjeras que apoyaban las ideas de la fisiocracia y el liberalismo.
La polémica de los sexos
En el momento de su fundación, la Sociedad Matritense sólo contaba con miembros varones, aunque el debate acerca de la conveniencia de admitir mujeres se inició tan sólo un año después de su creación, cuando el socio Manuel Marín Bordá propuso la admisión de damas, aunque sólo fuera de forma honorífica, como ya sucedía en la Real Academia de San Fernando. Al parecer los socios no debieron mostrar demasiado interés en el proyecto pues la propuesta quedó en suspenso durante 10 años, hasta 1786, cuando el debate sobre la admisión de damas recobró fuerza dando lugar a una controversia en la que participaron reconocidos intelectuales de la época.
Un ejemplo clásico de la postura contraria al ingreso de mujeres en la Real Sociedad lo encontramos en la opinión de Francisco Cabarrús, quien defendía la inconveniencia de admitir mujeres por considerarlas “indóciles” y porque su admisión provocaría un efecto llamada de socios (en efecto, hombres) sin ninguna utilidad, causando desorden y confusión. La postura de Cabarrús sería matizada, dentro de nuestras fronteras, por Gaspar Melchor de Jovellanos y refutada por un contundente texto de Josefa Amar: el Discurso en defensa del talento de las mujeres y de su aptitud para el gobierno y otros cargos en que se emplean los hombres, de 1786. No obstante, dos mujeres ya habían sido admitidas en la Matritense de modo excepcional: María Isidra de Guzmán, la primera mujer española que obtuvo un doctorado universitario, y la aristócrata e ilustrada Josefa Pimentel, condesa-duquesa de Benavente, esposa del director de la Sociedad, el duque de Osuna. La propia Josefa Amar era ya una reconocida socia de la Sociedad económica de Zaragoza.
La disputa quedó zanjada al año siguiente mediante la promulgación de una Real Orden de Carlos III en la que manifestaba que:
“la admisión de socias de mérito y honor que en juntas regulares y separadas traten de los mejores medios de promover la virtud, la aplicación y la industria, sería muy conveniente para la Corte”
Nacía así la Junta de Damas de Honor y Mérito auspiciada por la intención del gobernador de impulsar el espíritu ilustrado a partir de un pequeño núcleo de mujeres distinguidas: inicialmente 14 damas de la alta sociedad madrileña, cuyo ejemplo podría cundir y penetrar en otras capas de población.
La Junta de Damas de Honor y Mérito y las escuelas de formación para niñas y mujeres pobres
Aunque la primera asamblea de la Junta de Damas se celebró el 5 de octubre de 1787 sus estatutos -redactados, por cierto, en femenino- no serían aprobados hasta 1794. En ellos figuraban como objetivos principales “fomentar la buena educación, mejorar las costumbres con su ejemplo y con sus escritos, introducir el amor al trabajo y cortar los lujos”. Las reuniones se celebraban en el mismo lugar en que lo hacían los socios varones de la Matritense, pero separadamente: estos se reunían los sábados por la tarde y aquellas los viernes. Hasta 1811, el número de socias de mérito crecería hasta superar las 80 damas, incluidas las infantas y la princesa de Asturias como protectoras. Para ingresar en la junta, las damas debían solicitar su admisión con una memoria que se veía en asamblea. Una vez aceptada, la socia debía abonar una contribución de 160 reales, la misma que pagaban los hombres. La primera presidenta fue la esposa del director, la mencionada Josefa Pimentel, y su primera secretaria la condesa de Montijo.
Pero ¿de qué manera se desplegó la actividad de la Junta? ¿Cuál fue su proyección social? Pues bien, la primera tarea encomendada a la Junta de Damas -por delegación de la Real Sociedad Matritense- fue el cuidado y vigilancia de las Escuelas Patrióticas, un antecedente de lo que hoy llamaríamos escuelas de formación profesional.
Las Escuelas Patrióticas eran producto del reformismo ilustrado. Las primeras se habían puesto en funcionamiento en 1776, un año después de la creación de la Sociedad Matritense, con el propósito de fomentar la enseñanza gratuita y desarrollar la “industria popular”. Un objetivo estratégico de estas escuelas era hacer más competitiva la producción textil nacional al incorporar mano de obra femenina cualificada que liberara la fuerza masculina para otro tipo de industrias “más penosas”. Es de notar que, cuando en 1787 las escuelas fueron encomendadas a la Junta de Damas éstas se hallaban en un estado de notorio quebranto económico, situación que las socias supieron revertir de forma exitosa hasta la irrupción de la guerra en 1808.
Quizá el aspecto más reseñable sea que, pretendidamente o no, la iniciativa de la Matritense posibilitó que numerosas mujeres de clases no privilegiadas tuvieran la oportunidad de subsistir de forma autónoma, disminuyendo la dependencia hacia sus allegados varones e, incluso, evitando su exclusión social en caso de no tenerlos. En aquella época la elaboración de tejidos y la costura era uno de los medios más seguros que las mujeres tenían para ganarse el sustento, ya que era una destreza valorada en las criadas de casas nobles y burguesas. Este aspecto también fue considerado por las socias de la Junta de Damas.
El funcionamiento de las escuelas
La formación de artesanas cualificadas requería disponer de centros y profesionales adecuados, para lo cual la Sociedad Matritense alquiló, al poco de su creación, locales en cuatro parroquias de Madrid (San Andrés, San Ginés, San Sebastián y San Martín) donde fueron erigidas las Escuelas Patrióticas para mujeres y niñas pobres. Su labor sería la elaboración de tejidos, especialmente lino, cáñamo, algodón y lana. A estas cuatro se añadirían otras escuelas populares femeninas entre 1780 y 1796 dedicadas a transformar las materias primas producidas en las escuelas de hilados mediante trabajos de encaje y bordado, elaboración de hilos finos, blondas, etc. Un aspecto esencial de estas escuelas era que, además de la formación técnica, se enseñaba a las niñas a leer, contar y escribir e incluso a arreglar y mantener los tornos para hilar, una tecnología poco conocida en España, donde era mucho más popular el uso de la rueca.
Las escuelas eran gratuitas para las alumnas, sin embargo, la concurrencia fue escasa durante los primeros años, ya que pocas mujeres y niñas de los estratos más humildes podían permitirse desatender sus ocupaciones cotidianas. Esta situación se revirtió parcialmente con el abono de un real diario para mujeres y medio para niñas en tanto se hallaran en proceso de formación. A estos abonos había que sumar el salario de las maestras, el acopio de materiales, el alquiler de los locales, etc. todo lo cual llevaba aparejado un importante coste que se sufragaba en parte con las contribuciones ordinarias y extraordinarias de los socios de la Matritense, las socias de la Junta de Damas y otros benefactores. Sin embargo, estas aportaciones eran todavía insuficientes; las escuelas debían tener capacidad de autofinanciarse, al menos parcialmente, ya que en el proceso de aprendizaje se desperdiciaba una cantidad de material nada desdeñable. A esta merma había que sumar la competencia de la industria textil extranjera, que ofrecía productos más baratos por su mayor desarrollo industrial y que por ello eran preferidos por los potenciales compradores.
Como estímulo para mejorar la producción se establecieron premios anuales para las discípulas que hilaran más rápido y con mayor perfección. Para obtener estos premios las aspirantes debían someterse a un examen público. El premio se entregaba en un acto solemne y se anunciaba en la Gaceta, de modo que, además de incentivo, los premios servían para publicitar la labor de las propias escuelas. Otra modalidad de premio que tuvo un gran éxito a la hora de atraer alumnas fueron las dotes que se adjudicaban por sorteo, en forma de pagaré, y que las beneficiarias podían cobrar cuando acreditaran haberse casado o tomado hábitos.
Un papel clave en el funcionamiento de estas escuelas fue el desempeñado por las socias curadoras, su trabajo era directivo y ejecutivo: eran las superiores jerárquicas del personal, administraban los fondos, rendían cuentas, redactaban informes y actuaban como enlace entre la escuela y la Junta de Damas.
Por su parte, las maestras vivían en la casa de la escuela que tenían a su cargo. Según los estatutos, debían tener una conducta ejemplar, ya que, además de la formación técnica, instruían a las educandas en “doctrina cristiana y decencia en porte, palabras y acciones”. Las maestras indicaban a las socias curadoras cuando las alumnas estaban preparadas para hilar a jornal y le informaban de la cantidad y perfección de lo hilado por cada alumna de cara a percibir su salario, ser propuesta a premio o pasar de nivel. Para estimular su desempeño, las maestras cobraban un porcentaje de los premios obtenidos por sus respectivas discípulas.
Además, la Sociedad Económica seguía proporcionando materia prima a las alumnas una vez habían terminado su formación para que éstas pudieran seguir elaborando tejidos en su casa. A este efecto se creó el Montepío de la Real Casa de los Desamparados de la Corte, al que también se allegaban otras muchas mujeres pobres que, sin ser alumnas de las escuelas, acudían para recoger lino, cáñamo o algodón que trabajaban en sus casas. Cuando estas mujeres devolvían las hilazas, se les abonaba el trabajo y, después, el Montepío ponía los productos en venta, en sus locales, a precios asequibles.
La labor asistencial de la Junta de Damas no se limitó a la gestión de las escuelas. Las damas también implantaron medidas para mejorar las condiciones de la Inclusa de Madrid y de las reclusas, un colectivo especialmente abandonado. Bajo su amparo quedó también, desde 1838, el Colegio Nacional de Huérfanas de la Unión.
La actividad educativo-asistencial de la Junta de Damas no quedó reducida a Madrid, sino que se desplegó también por otras provincias, aunque de modo menos intenso. La Guerra de la Independencia no supuso el fin de la Junta, aunque obviamente perjudicó la eficacia de su labor, que se retomó con nuevos bríos bajo la protección de la reina Isabel de Braganza. El declive de la Junta se inicia con Ley de Beneficencia de 1822, que hacía recaer sobre las Diputaciones Provinciales la creación de juntas de beneficencia y escuelas gratuitas. Desde 1880 la Junta pasó a depender jerárquicamente de la Diputación provincial que tenía atribuidas las competencias de beneficencia e instrucción. El último expediente que se conserva de la Junta de Damas data de 1932, cuando su presidenta, Paz Cabeza de Vaca, se dirigió al director de la Matritense en busca de apoyo ante la supresión de la Junta por parte del Ministerio de la Gobernación.
Consideró la Sociedad que, para perfeccionar el juicio de una gran parte de sus tareas, era muy conveniente y necesario emplear y admitir en el número de sus individuos a algunas señoras que a su nacimiento, talento, conducta y deseos del bien nacional, reunían aquellos conocimientos peculiares del sexo, y poner a su cargo los varios ramos que abraza la Sociedad concernientes a él
“Pasa desde aquí a sentar la fuerza de sus argumentos fundada en el raciocinio, en la constitución de las sociedades, y en la naturaleza de las mujeres: en quanto a lo primero, apenas hace más que suponer soñada la Historia de las Amazonas; decirnos que las mugeres están dominadas en la mitad del Globo, y dominantes en la otra mitad; que si han reinado algunas Heorinas Ysabeles y Catalinas jamas han confiado autoridad alguna a otras mugeres; que deja a la decisión de nuestra princesa, la qual excede a estos modelos, el determinar, si han de entrar, o no en la Sociedad las de su sexo; y finalmente que las mugeres no contrahen el habito de la meditación, de la constancia y del sigilo, y que no pueden disimular su petulancia, sus caprichos, su frivolidad y sus necesarias pequeñeces.
[...] y dando fin a mis reflexiones, desearía, que merced hiciera al Sr. Cabarrús las preguntas siguientes. Cree el Sr. Cabarrús que la influencia del sexo sea perjudicial en las Monarquías. Cree el Sr. Cabarrús, que aún en una República austera no pueda Licurgo formar heroes manejando con destreza el resorte de la hermosura. Cree finalmente el Sr. Cabarrús, que no pueda perfeccionarme nuestro sexo dando influencia y educación al otro. Hasta saber su respuesta quedo de vuestra merced.
¡Quantas ventajas saca el Estado de la ocupación de tantas inocentes criaturas! ¡Son innumerables! Bastara sólo exponer que unas jentes que sin este auxilio se verían las más mendigas o abandonadas con mayor desgracia, logran por este medio cristiana educación y un honesto ejercicio con que aliviar en parte las necesidades de su familia. Sobre el bien moral que el estado consigue en esto, recive otro notable en lo económico. Si en hilar hubieran de emplearse las manos de otra edad y otro sexo, necesaria para otras labores y exercicios, sufriría infinitos daños con su falta la economia, pues subiendo los precios de los hilados y por consiguiente el de los texidos, sería imposible a muchos cubrir sus carnes con otra cosa que groseras pieles; y estas manos hoy útules, inútiles entonces, contraherían para otro tiempo los pernciosos hábitos consiguientes al de la ociosidad.
“En este importante ramo, señores, quanto bien causará este nuevo establecimiento? Estas Niñas producto de unas familias pobres, y sin educación, a quantas miserias se verían expuestas si una mano liberal y bien hechora no las socorriese? Sus cariñosas madres, destituidas de medios para atender a la instrucción y buen acomodo de sus hijas, quantas gracias deben dar al omnipotente que les presenta tan útil y ventajoso socorro? Que gozo interior reinará en sus corazones solo en pensar que el día que sus hijas salgan de la edad pueril, las encuentran educadas sin haverlas tenido el menor coste; sin haberlas estorbado las haciendas domesticas en el tiempo de la menor edad, y habiendo traído a sus familias algún auxilio, que aunque corto, sufraga sempre el gasto de la casa.”
“Si hasta aqui se ha tenido por inutil emplear en los negocios publicos a esta bella y preciosa mitad del genero humano, teniendolas encerrada bajo el pretexto de educar a sus hijos y cuidar de la economia domestica, salgamos de este error. Confesemos la vivez de su ingenio, la actividad en sus determinaciones y el gran deseo de adquirir honores. No seria necio l hombre que teniendo a su disposicion un tesoro de esta calidad, le dejara ocioso y sin producto? Si a su cuidado confiamos la educacion de nuestros hijos y a su cargo dejamos el govierno de nuestras casas en lo domestico, no es incompatible que ocupen en estos mismos ejercicios mas engrandece”.
MÉNDEZ VÁZQUEZ, Josefina. "La Junta de Damas y las Escuelas Femeninasde Formación Profesional (1787-1811)" en Cuadernos de estudios del siglo XVIII, ISSN 1131-9879, Nº 14, 2004, págs. 113-138.
CAMPOS DÍEZ, María S. "La Junta de damas de honor y méritosu vinculación con la Real Sociedad Matritense de Amigos del País" en Anuario de historia del derecho español, ISSN 0304-4319, Nº 84, 2014, págs. 621-645
PALMA GARCÍA, Dolores. "Las escuelas patrióticas creadas por la Sociedad Económica Matritense de Amigos del País en el siglo XVIII" en Cuadernos de historia moderna y contemporánea, ISSN 0211-0849, Nº. 5, 1984, págs. 37-56