Fecha de publicación: 20-09-2021Salto de línea Organización: Archivo General de Simancas (AGS)Salto de línea Coordinación: Departamento de Difusión del AGSSalto de línea Texto: Departamento de Difusión del AGSSalto de línea Restauración de documentos: Taller de Restauración del AGSSalto de línea Imágenes de documentos: Servicio de Reprografía del AGS
Introducción
SubirEntre las actividades conmemorativas del V centenario de la guerra de las Comunidades de Castilla (1520-1522), organizadas por el Archivo General de Simancas (AGS), no podía faltar una exposición centrada en la poderosa y legendaria figura de Antonio de Acuña (m. 1526), obispo de Zamora, destacado capitán y líder gubernamental comunero. El obispo Acuña pasó sus últimos años en la fortaleza de Simancas: aquí estuvo preso tres años y medio (entre 1522 y 1526) antes de ser ejecutado, tras un proceso penal, por haber matado al teniente de alcaide del castillo y haber intentado huir.
El objetivo de esta muestra es, por tanto, acercarnos a la biografía de este indómito prelado, cuyos últimos seis años tienen como telón de fondo el movimiento de las Comunidades de Castilla y su represión. Para ello se han seleccionado cincuenta unidades documentales del AGS vinculadas con Acuña, entre las cuales figuran seis cartas autógrafas con su firma «A. Zamorensis» («A[ntonius] Zamorensis [episcopus]» en latín, es decir, «Antonio, obispo de Zamora»).
Lógicamente, la finalidad última de esta exposición virtual no es otra que la difusión de los principales fondos y colecciones del AGS para el estudio del complejo movimiento de las Comunidades de Castilla. Las unidades documentales expuestas proceden concretamente de las siguientes agrupaciones documentales conservadas en este Archivo:
1. El ascenso: carrera eclesiástica, servicios a la monarquía y aspiraciones frustradas
SubirAntonio de Acuña nació probablemente en Valladolid, entre 1453 y 1459. Era segundo hijo natural de Luis de Acuña (m. 1495), obispo de Burgos entre 1456-1495. Descendía por tanto, por línea paterna, de los poderosos linajes Osorio (por parte de su abuelo Juan Álvarez Osorio), Manuel y Acuña (por parte de su abuela María Manuel).
Su padre (el obispo Luis de Acuña) vivió a la sombra del primer marqués de Villena (Juan Pacheco, primo carnal de la madre de aquel), desarrollando bajo su amparo una fructífera carrera eclesiástica y cortesana. Fue un prelado belicoso que, con su propia hueste (al igual que otros muchos señores laicos y eclesiásticos bajomedievales), se implicó activamente en los enfrentamientos armados que tuvieron lugar en la Corona de Castilla en la segunda mitad del siglo XV, vinculados con la sucesión del rey Enrique IV: se unió al bando nobiliario contra este monarca, en favor de su hermanastro el infante Alfonso de Castilla, aunque a la muerte de éste (1468) se reconcilió con aquel; pasó entonces a apoyar los derechos al trono castellano de Juana («la Beltraneja») y tras el fallecimiento de Enrique IV, durante la guerra de Sucesión Castellana (1474-1479), se integró en el bando partidario del rey Alfonso V de Portugal y de aquella; Luis de Acuña acabaría siendo desterrado de Burgos, aunque finalmente recuperaría la confianza de los Reyes Católicos.
Antonio de Acuña, el hijo «segundón» del obispo de Burgos, se orientó hacia la carrera eclesiástica, lo cual no contradecía su formación en el uso de las armas (en el proceso penal que contra él se abrió en 1526 declaró que «desde niño había aprendido a luchar»). Hay que recordar que en un principio profesó en la Orden de Calatrava, una orden militar y religiosa. Sin embargo, en 1484 ya se encontraba en Roma, a la caza de beneficios eclesiásticos, incorporado a la red clientelar del obispo de Burgos, que estaba especialmente interesado en defender, en la misma capital de la Cristiandad, sus prerrogativas episcopales frente al hostil Cabildo de la Catedral burgalesa.
En la Roma de Inocencio VIII (papa entre 1484-1492) Antonio de Acuña contó, para su formación y obtención de beneficios, con el apoyo y protección de su tío, el zamorano Francisco de Valencia, que estaba al servicio del valenciano vicecanciller Rodrigo de Borja (luego papa Alejandro VI, entre 1492-1503).
Ya en 1485 Acuña intentó conseguir la abadía de Salas de Bureba (Burgos), agregada de la Catedral burgalesa, pero los Reyes Católicos lo impidieron. Su promoción eclesiástica se aceleró dos años después, siendo un simple clérigo (aún no había recibido las órdenes mayores): en 1487 consiguió una canonjía del Cabildo de Burgos; en 1490 ya era capellán de los Reyes Católicos, lo cual le permitía introducirse en la Corte castellana; en 1491-1492 obtuvo una segunda canonjía burgalesa, una lucrativa pensión sobre el arcedianato de Valpuesta (Burgos) y el arcedianato de Burgos. Tras acceder Rodrigo de Borja al Pontificado (1492) Acuña pasó a ser uno de sus encargados de cámara y recibió los cargos de escritor apostólico y notario de la Cancillería.
En el AGS se conserva el registro de una real provisión (Córdoba, 12 de agosto de 1490) de los Reyes Católicos al alcaide de la ciudad de Burgos, para que secuestre cierta renta de pan, a petición de Luis Daza y de Antonio de Acuña, capellanes reales («[…] Sépades que por parte por parte de Luis Daça e de don Antonio de Acuña, nuestros capellanes […]») (RGS,LEG,149008,150) (véase imagen nº 1).Salto de línea
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Salto de línea Antonio de Acuña estuvo en Castilla en 1493, 1495 y 1497. En 1493 solicitó al Cabildo de Burgos licencia para recibir las órdenes mayores, y en 1495 (año en que falleció su padre, Luis de Acuña) obtuvo el arcedianato de Valpuesta (Burgos), dotado con suculentas rentas. En 1499 regresó a Roma y buscó el amparo de César Borja, hijo natural del papa Alejandro VI. Obtuvo el cargo de secretario apostólico y se integró en el equipo de servidores del pontífice.
De nuevo en Castilla, entre 1502 y 1504 estuvo implicado en la reforma (promovida por los Reyes Católicos) de la Orden de San Antón, de carácter monástico y militar. Dos unidades documentales del AGS están vinculadas con ello:
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Tras la muerte de Isabel la Católica (1504) y el acceso al trono castellano de su hija Juana I, en el conflicto entre su esposo (el archiduque Felipe de Habsburgo, como rey consorte) y Fernando el Católico (como gobernador de la Corona de Castilla), Acuña tomó partido por el primero. Felipe, tratando de neutralizar la diplomacia fernandina en Roma, envío a Acuña como su representante ante el pontífice (Julio II, papa entre 1503-1513). Estaban en juego los derechos e intereses sobre la Iglesia castellana, disputados entre el archiduque y su suegro. Fernando intentó, sin éxito, impedir esa jugada (incluso tratando de apresar a Acuña).
En el AGS se conservan, en uno de los libros registro generales (CCA,CED,11) de la Cámara de Castilla, los registros de varios documentos expedidos por Felipe en el real sobre Arnhem (Países Bajos) el 28 de junio de 1505, relativos a la misión de Antonio de Acuña, entonces arcediano de Valpuesta:
Felipe quedó satisfecho del trabajo inicial realizado por Acuña en Roma y el 10 de agosto de 1505, estando en Cléveris (Alemania), le envió una carta agradeciéndole los servicios que prestaba, indicándole que continuase remitiendo información y que deseaba que fuese su embajador ante el papa. El registro de esta misiva se conserva en el AGS (CCA,CED,11,28R) (véase imagen nº 6). En este documento el archiduque decía lo siguiente:
«Don Antonio de Acuña […] Avéis nos hecho plazer e serviçio en hazer con diligençia lo que vos escribimos en en avernos avisado [...] Y de aquí adelante continuad los avisos en quanto podiérdes, y mirad las cosas de nuestro servicio [...] Y porque mejor lo podáis hazer e tengáis más crédito, escrevimos otra vez en creençia vuestra al papa, y queremos que seáis en esa Corte nuestro enbaxador, confiando que nos serviréis con toda prudençia y lealtad [...]»
Acuña continuó trabajado como embajador del rey Felipe ante la Santa Sede, en contra de los intereses de Fernando. Sin embargo, tras la muerte del archiduque (25 de septiembre de 1506) pasó a apoyar al Rey Católico y ofrecerle sus servicios, oportunidad que no desaprovechó el aragonés, dada la experiencia de Acuña en la gestión de asuntos castellanos ante el papa.
Acuña permaneció algunos meses más en Roma, aunque ya no tendría la condición de embajador. Los servicios prestados en la Ciudad Eterna se vieron finalmente recompensados a finales de 1506 con el Obispado de Zamora, gracias a la buena disposición hacia él del papa Julio II y al beneplácito del rey Fernando. Parece que éste habría condicionado su aprobación, en un principio, a la renuncia de Acuña de los frutos del Arcedianato de Valpuesta en favor de unos sobrinos del marqués de Villena (Diego López Pacheco), aunque finalmente el beneficiario del arcedianato acabaría siendo Pedro Suárez de Velasco, deán de la Catedral de Burgos e hijo natural del condestable de Castilla (Bernardino Fernández de Velasco).
En enero de 1507 Antonio de Acuña entró en Zamora, tomó posesión del Obispado y pasó a controlar sus villas y lugares dependientes, entre ellas Fermoselle (Zamora) y su fortaleza. Sin embargo, se encontró con la dura oposición del Consejo Real de Castilla (el «Consejo de la reina» doña Juana), presidido por el obispo de Jaén (Alonso Suárez de la Fuente del Sauce), que no aceptó el nombramiento papal de Acuña, lo apeló e hizo todo lo posible por impedir su episcopado. El motivo era que el pontífice había designado al arcediano de Valpuesta sin que la reina hubiese ejercido su derecho de presentación y suplicación para la provisión del Obispado vacante, en menoscabo del patronato real de la Corona de Castilla.
El Consejo Real comenzó a expedir, desde finales de enero de 1507, diferentes reales provisiones (al corregidor de Zamora, al Cabildo de la Catedral zamorana, a las villas y lugares dependientes del Obispado de Zamora, el alcaide de la fortaleza de Fermoselle, etc.) orientadas a impedir o dificultar el ejercicio episcopal de Acuña en Zamora (sus registros figuran en el fondo del Registro del Sello de Corte del AGS). Para garantizar su cumplimiento el Consejo envió a esa ciudad al licenciado Rodrigo Ronquillo, acompañado de Juan de Castroverde, alguacil de Casa y Corte. Aquí se cruzan, por primera vez, los destinos de Acuña y Ronquillo.
El 16 de febrero el licenciado Ronquillo envió desde Zamora al Consejo Real un informe, relatando sus actuaciones sobre este asunto y pidiendo que se expidiesen más provisiones contra Acuña. En este documento (EST,LEG,847,26) (véase imagen nº 7) Ronquillo indicaba que había pregonado en la plaza mayor la real provisión para que no se tuviese a Acuña por obispo, que éste (acompañado de gente armada) se había indignado y quejado ante el Regimiento de la ciudad, y que luego dos regidores y múltiples clérigos habían intentado hacerle desistir de su tarea:
«[…] Otro día siguiente pregoné públicamente en la plaça la provisión que traxe para que no le oviesen por obispo, ni fuesen a sus llamamientos, ni de sus oficiales, ni le acudiesen con los diesmos, frutos ni rentas, la qual le llegó mucho al alma y se tuvo por muy afrontado y amenguado de mí, tanto que algunos penssaron y me lo venían a dezir que me avía de hechar la casa a cuestas. Yo le respondía, por que se lo dixesen, que aún aquel era el primero passo de su pasión.
Otro día vino a Regimiento, con mucha compaña de gentes y con armas, a se quexar del Regimiento que cómo consentían que traxese yo vara ni le hiziese a él aquellas afrentas, no teniendo poder yo ni quien me lo avía dado para hazer lo que hazía, ni costándoles que de aquello era servida la reina. Y de allí después de ido, vuscaron dos regidores por la çibdad a me hechar y rogar que no quesiese afrontalle de aquella manera. Y con la embaxada que vino el don Antonio, vino el Cabilldo y la clerezía por su parte y toda de una cuba. Yo les respondí que en qual manera que yo pudiese cunplir lo que la reina me mandava, holgaría de le honrar a don Antonio, pero que avía de ser no me deshonrando a mí […]»
El Consejo Real, a la vista del informe de Ronquillo, expidió el 18 de febrero de 1507 desde Palencia varios documentos, cuyas minutas se conservan en el AGS. Destacamos dos:
El Consejo Real siguió expidiendo, desde comienzos de marzo de 1507, toda una batería de reales provisiones contra Antonio de Acuña (órdenes al Cabildo de la Catedral de Zamora, movilización de tropas en apoyo a Ronquillo, etc.), cuyos registros figuran en el fondo del Registro del Sello de Corte del AGS. Acuña tuvo que abandonar Zamora e instalarse en la fortaleza de Fermoselle, donde con recursos del Obispado reunió sus propios efectivos (clérigos de su diócesis, pero también hombres del conde de Benavente y del concejo de Ciudad Rodrigo).
En abril de 1507 Acuña consiguió ir a Zamora, capturar al licenciado Ronquillo y al alguacil Castroverde, y llevarlos cautivos a Fermoselle. Posteriormente serían liberados por las tropas reales (todo un ejército formado por guardas de Castilla, nobles y efectivos municipales), viéndose obligado Acuña a instalarse en la fortaleza de Fuentesaúco (Zamora). Sin embargo, éste acabó por imponerse en la posesión del Obispado de Zamora, gracias a la insistencia del papa Julio II y a la aceptación del rey Fernando (debido, al parecer, a pactos en los que éste estaba interesado), el cual en agosto ya estaba en Castilla.
Desde finales de 1507 o comienzos de 1508, hasta 1520, Acuña disfrutó pacíficamente de su cargo episcopal. Ahora bien, mantuvo numerosos conflictos y pleitos por otras muchas cuestiones temporales, principalmente con los concejos de Zamora, Fermoselle y Fuentesaúco, y no dudo (como ya había hecho antes) en aprovechar las ventajas que le daba su facultad de imponer censuras eclesiásticas (es decir, penas como la excomunión o el entredicho). Muchas de estas disputas quedaron reflejadas en registros del fondo del Registro del Sello de Corte del AGS, aunque también en otras agrupaciones documentales. Por ejemplo, en el fondo de la Cámara de Castilla existe un memorial, de 1515 o 1516, del Concejo de Fermoselle a la reina doña Juana (CCA,PUE,8,1,66,1) (véase imagen nº 10), pidiendo que se envíe un juez comisario de letras para remediar los múltiples agravios que reciben del obispo Acuña y del alcaide de la fortaleza de dicha villa, nombrado por el prelado: usurpación de la jurisdicción de primera instancia; dificultad de los alcaldes ordinarios, regidores y procuradores para ejercer sus oficios; prisión de vecinos en sótanos y aljibes de la fortaleza, en vez de en la cárcel pública de la villa; incumplimiento de la ordenanza del número de ganado; exigencia de imposiciones arbitrarias; etc. El documento comienza de la siguiente manera:
«(Cruz) Muy poderosa señora.
(Calderón) El Conçejo, justiçia, regidores de la villa de Fermosel, que es de la Obispalía de Çamora, haze saber a vuestra alteza que de don Antonio de Acuña, obispo de Çamora, reçiben muchos agravios, espeçialmente los siguientes:
(Calderón) Primeramente que siendo la jurediçión en primera instançia e los alcaldes ordinarios de la dicha villa, nos la husurpan e toman, mandando el alcaide que tiene la fortaleza de la dicha villa que huse de la jurediçión en la primera instançia y en grado de apelaçión, el qual manda e amenaza a los alcaldes ordinarios de la dicha villa, y ellos no osan haser más de lo que el dicho alcaide manda e quiere que hagan. E que esto mismo haze con los regidores e procuradores de la dicha villa, de manera que los alcaldes, e regidores e procuradores de la dicha villa no tienen libertad para husar de sus ofiçios. […]»
Ahora bien, el obispo de Zamora no dudó en aprovechar y buscar oportunidades de hacer carrera en la Corte. En 1512 estuvo al servicio de Fernando el Católico, participando con unos 400 hombres en la campaña del duque de Alba de conquista del Reino de Navarra (Acuña incluso participó en delegaciones de negociación y estuvo preso durante meses).
Reinando ya Carlos I, el obispo zamorano envió una carta (Fuentesaúco, 20 de abril de [1518]) al señor de Chièvres (Guillermo de Croÿ, consejero del monarca), pidiendo tras la muerte del embajador ante el papa (Pedro de Urrea) dicho cargo. Acuña recordaba que ya había sido diplomático en Roma (con Felipe I) y los servicios prestados en Navarra (con el rey Fernando). La transcripción de la misiva original (EST,LEG,5,271) (véase imagen nº 11) conservada en el AGS es la siguiente:
«(Cruz) Muy illustre señor:
Parecióme menos pesada esta suplicación por carta. Certeficado de la muerte dell envaxador de Roma, que Dios aya, y dell ofreçimiento que para aquel cargo algunos hacían, parecióme ser yo más obligado que otro de mis vecinos a hacer este ofrecimiento, por la merced tan honrrada que de este mesmo cargo yo reçeví del católico rey don Felipe, de gloriosa memoria, y porque lo que trabagé con algún gasto en aquel cargo y en las cosas de Navarra no vastan a la merced así honrrosa que reçeví. Si abía lugar que a vuestra señoría parezca que el rey nuestro señor será de esto servido, suplico por la merçed de este cargo, no por pago sino para servir yo merced tan segnalada, la qual serviré al rey nuestro señor y a vuestra señoría con la persona y con ese poco caudal que tengo, como serviría con mucho más que Dios me diese. Y si acaecera no aver disposición de se servir el rei nuestro señor de mí en este cargo, en lo que su alteza se querra servir de mí y vuestra señoría me querra mandar estará siempre que tenga vida esta mesma buena voluntad aparejada. Prospere nuestro Señor el muy illustre estado de vuestra señoría. De la Fuente [Fuentesaúco] veinte de abril.
A servicio de vuestra señoría.
A. Zamorensis (firma y rúbrica)»
Sin embargo, Acuña no consiguió retomar su carrera diplomática. El 27 de enero de 1519 Carlos I expidió desde Zaragoza una real provisión nombrándole comisario general de la armada encargada de transportar, desde Cartagena, efectivos de caballería e infantería de los reinos de España para la guerra contra los turcos: este transporte constituía una parte de los preparativos relativos a la expedición militar de 1520, denominada «Jornada de los Gelves», contra la isla de Yerba (Túnez). El registro de este nombramiento se conserva en el AGS (RGS,LEG,151901) (véase imagen nº 12). En este documento el monarca indicaba las cualidades que debía tener la persona designada para el puesto, las cuales concurrían en el obispo de Zamora:
«[…] es neçesario que una persona prinçipal, fiel y ábile, y de autoridad tenga cargo de ello. Y porque esto y otros buenos méritos concurren en vuestra persona, avemos acordado que así por lo susodicho como por la confiança que de vos tenemos que haréis lo que para nos çerca de ello y otra qualesquier cosa tocante a nuestro servicio convenga, de encomendaros y cometeros como por la presente vos encomendamos y cometemos, el cargo de nuestro comisario general de la dicha armada [...]»
Meses después, estando Acuña trabajando en este encargo, escribió una carta (Cartagena, 3 de junio de [1519]) al señor de Chièvres, comunicándole que su criado Cambianes le mantendría informado sobre todo lo que ocurriese. La transcripción de la misiva original custodiada en el AGS (EST,LEG,5,272) (véase imagen nº 13) es la siguiente:
«(Cruz) Muy illustre señor:
Porque vuestra señoría me mandó que le escreviese de lo que ocurriese en mi cargo, encargué a mi criado Canbianes que supiese de vuestra señoría de que es servido, más porque el mandamiento de vuestra señoría será cumplido como se debe, y si entre tanto vuestra señoría será servido de saber los negoçios que en mi cargo ocurren sobre lo más sustançial de que los señores del Consejo Real darán cuenta a vuestra señoría, mi criado Canbianes dará notiçia a vuestra señoría de lo que será servido, hasta saber la voluntad de vuestra señoría. Por sus muy grandes ocupaçiones no digo más. Prospere nuestro Señor el muy illustre estado de vuestra señoría. De Cartagena tres de junio.
Servidor de vuestra señoría.
A. Zamorensis (firma y rúbrica).»
2. La rebelión: al servicio de la causa comunera
SubirA partir de abril de 1520 se inició en la Corona de Castilla el movimiento de las Comunidades, y Antonio de Acuña se sumaría a la rebelión. Entre sus motivos estuvo, al parecer, el resentimiento por su carrera diplomática truncada. El obispo de Zamora, que estaba en Toro desde junio, pasó a la ofensiva de manera decidida en agosto, enardecido por el incendio de Medina del Campo por las tropas realistas y por el giro tomado por la ciudad de Zamora a favor de Burgos y del cardenal de Tortosa (Adriano de Utrecht, virrey y gobernador de la Corona de Castilla).
El 21 de agosto de 1520 el ejército realista, al mando del capitán general Antonio de Fonseca, entró en Medina para apoderarse de la artillería que allí se guardada, con la intención de dirigirse con ella contra Segovia (junto al licenciado Rodrigo Ronquillo, alcalde de Casa y Corte). Las fuerzas de Fonseca no consiguieron su objetivo, pero provocaron un gran incendio que destruyó buena parte de la villa. Este suceso conmocionó toda la Corona de Castilla, avivó la causa comunera y alentó a finales de agosto la toma de Tordesillas (Valladolid) por las tropas conducidas por Juan de Padilla (quedando bajo su control la reina Juana I). Es en este contexto cuando, el 25 de agosto, el ejército comandado por el obispo Acuña, tras su fracasada expedición para entrar en Zamora, regresó a Toro y se vengó derribando las casas del regidor toresano Pedro de Bazán, el cual formaba parte del ejército que había incendiado Medina. En los meses de septiembre y octubre de 1520 Acuña contribuyó a la expulsión del conde de Alba de Liste de la ciudad de Zamora, pero fracasaron sus intentos de entrar en Burgos y Valladolid.
En noviembre de 1520 los ejércitos comunero y realista están preparados, el primero en Tordesillas y el otro en Medina de Rioseco (Valladolid). En el bando de la Junta destacaban dos figuras: el noble Pedro Girón, designado capitán general, y Antonio de Acuña, líder ascendente ocupado en obtener recursos (rentas reales, etc.) y reclutar efectivos, entre los que no faltaron parte de los soldados regresados de la exitosa expedición militar de los Gelves. El obispo de Zamora lógicamente aportaba su propio ejército, entre los cuales había unos trescientos clérigos de su diócesis (para compensar esta leva el prelado autorizó a los sacerdotes no movilizados a decir tres misas o más diarias). Su liderazgo y peso era tal, ya en esas fechas, que el cardenal Adriano no dudó en solicitar y obtener del papa un breve contra él. Esto se relata en una carta (Medina de Rioseco, 13 de noviembre de 1520) del cardenal a Carlos V (PTR,LEG,2,1,30) (véase imagen nº 14):
«[…] Los tres breves que se me han embiado he recebido, es a saber: el uno con el qual se cita el obispo de Çamora; el otro con que se me comete el castigo de algunos eclesiásticos que mueven sedición en el reino; el tercero contra las Comunidades. El primo procuré de executar más no hallo ninguno que lo ose enprender, porque el obispo stá en el campo con quinientas lanças y mil pehones, según me dizen, entre los quales hay treszientos clérigos de su diócesis armados, y a los otros que allí quedaron para satisfacer y cumplir con el pueblo les ha dado facultad de celebrar [misa] tres vezes el día y más si pudieren. En el breve no hay facultad de executarle por edicto, y sería bien procurarla y en caso que no lo obedeciesse que luego se le sequestrassen los frutos. […]»
Las tropas de las Comunidades (con Girón y Acuña) salieron de Tordesillas con dirección a Medina de Rioseco (donde estaba el ejército realista de los gobernadores), dejando en aquella villa una guarnición insuficiente (entre los efectivos que permanecieron allí estaban los clérigos del obispo de Zamora). A finales de noviembre los comuneros estaban concentrados principalmente en Villabrágima (Valladolid), muy cerca de Medina. Las negociaciones no prosperaron y el choque parecía inevitable. Sin embargo, de manera inexplicable, las tropas comuneras se dirigieron a Villalpando (Zamora), dejando al ejército realista (comandado por el conde de Haro) vía libre hacía Tordesillas, que fue tomada el 5 de diciembre. Tras este sonado fracaso Acuña se retiró a Toro y Girón a Peñafiel.
Tras la pérdida comunera de Tordesillas (y del control de la reina doña Juana) el poder real se reforzó, aunque los virreyes-gobernadores estarían divididos (el cardenal Adriano y el almirante de Castilla en Tordesillas, y el condestable de Castilla en Burgos). La Junta se instaló en Valladolid (reanudando sus actividades el 15 de diciembre) y allí comenzaron a concentrarse capitanes y tropas de las Comunidades. A esta ciudad llegó también Acuña con su gente.
Desde finales de diciembre de 1520 hasta comienzos de febrero de 1521 tuvo lugar, con el visto bueno de la Junta, la campaña del obispo de Zamora sobre la parte palentina de Tierra de Campos. Acuña y su tropa fijaron su cuartel general en Dueñas, desde donde desarrollaron todo un conjunto de operaciones rápidas (en algunas participaría Juan de Padilla), orientadas principalmente a promover y mantener adhesiones a la causa comunera y a obtener recursos para la guerra (dinero, soldados, etc.), por diversos medios (sermones, apresamientos, destitución y nombramiento de alcaldes y justicias, toma de rentas reales, coacciones, confiscaciones, acuerdos, etc.). Esta campaña tuvo un fuerte componente antiseñorial y afectó a múltiples localidades y castillos palentinos (Palencia, Monzón de Campos, Frechilla, Fuentes de Valdepero, Paredes de Nava, Ampudia, Magaz, Tariego de Cerrato, Cordovilla la Real, Frómista, etc.), llegando incluso a acercarse a Burgos (ciudad controlada por el condestable de Castilla). Esta campaña y el trabajo de captación de recursos fue la gran aportación del obispo Acuña al movimiento de las Comunidades.
En relación con esta campaña, ya el 1 de enero de 1521 el condestable de Castilla expidió desde Burgos una real provisión dirigida a las ciudades, villas y lugares de los obispados de Burgos, Palencia y León, para que no recibiesen, cobijasen, obedeciesen ni diesen apoyo alguno a Acuña. Su registro se conserva en el AGS (RGS,LEG,152101) (véase imagen nº 15). En la exposición de motivos de esta disposición se indica lo siguiente:
«[…] Sépades que nos somos informados que don Antonio de Acuña, obispo de Çamora, no temiendo e menospreçiando las çensuras y excomuniones que nuestro muy santo padre [el papa León X] ha puesto contra él, para que dexe de escandalizar estos reinos, y olvidando la fidelidad y lealtad que nos debe y es obligado commo a sus reyes y señores naturales, y no mirando a lo que es obligado a la dignidad episcopal, e ábito e religión que tiene, antes profanándose e con ánimo diabólico e dañada intinçión, a fin de alborotar y escandalizar estos nuestros reinos, y los rebolver y meter y poner en guerra, y por otros malos fallos que tiene, a ido e va a algunas de esas dichas çibdades e villas e lugares, diziendo ser capitán de la Junta, que solía estar en nuestro deservicio y escándalo de estos reinos en la villa de Tordesillas, e publicando que tiene poderes de la dicha Junta para ello, y a mandado y manda que le den esas dichas çibdades e villas e lugares gente de guerra y dineros para ella, y pide que le deis asimismo otros mantenimientos e aparejos de guerra, e que quiere poner e pone justiçias e juezes en nombre de la dicha Junta en esas dichas çibdades e villas e lugares. E lo que peor es que algunos de vosotros diz que le avéis resçivido en vuestros pueblos, y obedesçido sus mandamientos, y dexádole poner en ellos justiçias e obedecídolas, e vos avéis ofresçido a le dar las dichas gentes e aun algunos de vosotros diz que se las avéis dado. […]»
En el AGS se conservan múltiples cartas dirigidas a Carlos V (de los virreyes-gobernadores, de miembros del Consejo Real de Castilla, etc.) con información sobre las operaciones del obispo Acuña en Tierra de Campos. Por ejemplo:
El 16 de febrero de 1521 se expidió y publicó en Burgos una real provisión suscrita por el condestable de Castilla, virrey-gobernador, y por miembros del Consejo Real (residentes en Burgos junto a aquel), citando a más de 260 personas, acusadas de determinados delitos cometidos durante el levantamiento de las Comunidades, para que compareciesen personalmente ante aquellos en el proceso penal que contra ellos se había iniciado (de acuerdo con lo establecido en el llamado «edicto de Worms de 1520», otorgado por el emperador el 17 de diciembre de 1520). En el AGS se conserva una copia simple de esta real provisión (EST,LEG,8,170) (véase imagen nº 24). La fama del obispo de Zamora y su exitosa campaña en Tierra de Campos quedaron reflejadas en esta disposición, dado que el prelado encabezaba la lista de más de 260 comuneros acusados y citados a juicio:
«[...] Don Carlos etc. e doña Joana su madre etc. A vos don Antonio de Acuña, obispo de Çamora, e a vos don Pero Laso de la Vega, e Joan de Padilla, e don Pedro de Ayala, e Hernando Dávalos, vezinos de la çiudad de Toledo, e don Joan de Mendoça, hijo del cardenal don Pedro Gonçalez de Mendoza, e don Pedro Maldonado, e Francisco Maldonado, vezinos de Salamanca, e Joan Vravo, vezino de Segovia e [...]»
Sin embargo, nuevos acontecimientos llevarán a nuestro protagonista a tierras toledanas. En enero de 1521 había muerto en Worms (Alemania) el arzobispo de Toledo (Guillermo de Croÿ, sobrino del consejero llamado igual), manteniéndose como administrador del Arzobispado (ahora en sede vacante) Francisco de Mendoza (tío de María Pacheco, la mujer de Juan de Padilla). Entre los múltiples candidatos para la silla primada estaban el prior de San Juan (Antonio de Zúñiga, prior de Castilla de la Orden de San Juan de Jerusalén) y un hermano de María Pacheco también llamado Francisco de Mendoza (ausente en Roma, camarero del papa León X). Este último será el candidato de la Comunidad toledana, promovido por su hermana y cuñado.
Pues bien, el 20 de febrero de 1521 Acuña dejó Valladolid para dirigirse a Toledo. Dada su exitosa campaña en Tierra de Campos la Junta le había encomendado la misión de conseguir más recursos para la guerra (dinero, soldados, etc.), principalmente las jugosas rentas del arzobispado toledano. Para facilitar este cometido, el 11 de marzo (estando ya Acuña en el Reino de Toledo) la Junta, reunida en Valladolid, acordó expedir una real provisión para el obispo de Zamora, nombrándole «gobernador del Arzobispado de Toledo en lo temporal» con amplios poderes (expulsión de Francisco de Mendoza, administrador del Arzobispado, toma de fortalezas, designación de alcaldes y justicias, reclutamiento de hombres, etc.), hasta que se cubriese la sede vacante. En el AGS se conserva tanto el borrador de esta real provisión (PTR,LEG,4,39) como el mandamiento previo de su expedición, el cual fue registrado en el folio 46 del libro registro de acuerdos (1521) tomados por la Junta en Valladolid (PTR,LEG,4,51) (véase imagen nº 25):
«[…] [Nota en margen izquierdo:] Que se den provisiones al obispo para lo de la governaçión del Arçobispado.
(Calderón) Mandaron que al obispo de Çamora se le envíe la provisión que por su carta envió a pedir sobre lo del prior [de San Juan] muy en forma, e otra para que sea gobernador del Arçobispado de Toledo en lo temporal, e que don Francisco de Mendoça no lo sea e le eche de allí, e tome las fortalezas, e lo tenga todo en paz e buena governaçión, e ponga alcaldes e justiçias, e haga toda la gente de pie e de cavallo que fuere menester, hasta tanto que se[a] proveído de persona que lo tenga por quien de derecho se oviere de proveher. […]»
En su viaje a Toledo el obispo de Zamora fue bien recibido por las localidades por las que pasó: Buitrago del Lozoya (Madrid), Torrelaguna (Madrid), Alcalá de Henares (Madrid), Ocaña (Toledo), etc. La fama le acompañaba en su viaje, e iba reclutando nuevos soldados para la causa. Las tropas del prior de San Juan (nombrado por los virreyes-gobernadores capitán general en el Reino de Toledo «del Tajo allende») se enfrentaron en El Romeral (Toledo) con las de Acuña, que tuvieron que retirarse con múltiples bajas (incluso el obispo resulto herido). Sin embargo, esto no impidió que Acuña acabara entrando en la ciudad de Toledo el 29 de marzo de 1521.
El obispo de Zamora fue recibido con entusiasmo: fue aclamado en la plaza Zocodover, e incluso fue conducido a la Catedral y sentado en la silla arzobispal, a pesar de que la Junta solo le había nombrado «gobernador del Arzobispado de Toledo en lo temporal». Claro que Acuña, a estas alturas, tampoco parecía negarse a ser promovido a la mitra toledana... Durante su estancia en Toledo, a finales de marzo, mantuvo reuniones con María Pacheco, llegó a acuerdos, aceptó el cargo de gobernador (o administrador) del Arzobispado de Toledo y fue designado capitán general del Reino de Toledo en ausencia de Padilla. Así es como, desde comienzos de abril de 1521, Acuña pudo comenzar a trabajar de manera más eficaz (presionando al Cabildo de la Catedral, etc.) en la obtención de recursos para la guerra, fundamentalmente las suculentas rentas arzobispales.
Estos hechos quedaron registrados en dos cartas conservadas en AGS:
3. La caída: prisión, procesamiento, intento de fuga y ejecución
SubirTodo cambió repentinamente a finales de abril de 1521, tras confirmarse en Toledo las noticias de la derrota comunera en Villalar (Valladolid) (23 de abril), y la sentencia y ejecución de los líderes Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado, capitanes de las comunidades de Toledo, Segovia y Salamanca (24 de abril). Las fuerzas de los virreyes-gobernadores se dirigieron hacia el sur y casi todas las ciudades rebeldes acabaron rindiéndose. Sin embargo, los realistas se vieron obligados a retroceder debido a la invasión del Reino de Navarra por un ejército francés. Esto posibilitó que Toledo se mantuviese unos meses más como único foco comunero de resistencia, liderado por María Pacheco, hasta febrero de 1522.
El obispo de Zamora mantuvo la presión sobre los canónigos toledanos hasta el final (incluso encerrándolos), para que entregaran los depósitos custodiados en la Catedral, para que el Cabildo suplicase al papa el nombramiento de Acuña como arzobispo, etc. Finalmente nuestro protagonista abandonó Toledo a principios de mayo de 1521. No sabemos con seguridad cuál era el destino final de su viaje y sus pretensiones: ¿incorporarse a la lucha contra los franceses para intentar obtener el perdón de Carlos V?, ¿viajar a Roma a través de Francia para seguir desde allí su proceso?. Lo cierto es que fue capturado el 24 de mayo en el paso de Navarrete (La Rioja) hacia Navarra. Lo menciona, por ejemplo, el obispo de Burgos (Juan Rodríguez de Fonseca) en una carta (Burgos, 25 de mayo de 1521) dirigida al emperador (PTR,LEG,3,21,3) (véase imagen nº 28):
«[…] (Calderón) Oy es llegada aquí nueva como han preso al obispo de Zamora en el paso de Navarrete hazia Navarra. Y porque de esto, y de lo de Toledo y de lo de Navarra escrivo a Fonseca largo, que informará a vuestra magestat, no lo digo aquí. […]»
Acuña estuvo encerrado en el castillo de Navarrete (La Rioja), perteneciente al duque de Nájera (Antonio Manrique), hasta septiembre de 1522. En su cautiverio el prelado intentó jugar sus cartas: escribió, entre otros, al duque de Alba (Fadrique Álvarez de Toledo, con quien había luchado en Navarra en 1512) para que intercediese por él ante el emperador, entró en negociaciones con el duque de Nájera (en quien renunció la fortaleza de Fermoselle), etc. El cardenal Adriano parecía tener buena disposición hacia Acuña; incluso tras ser elegido papa (enero de 1522), en su viaje hacia Roma, a punto estuvo de visitarle en su parada de Nájera (marzo de 1522).
Sin embargo, el obispo de Zamora fue finalmente trasladado el 23 de septiembre de 1522 a una cárcel más segura, el castillo de Simancas, que nunca había llegado a caer en poder de los comuneros. Se trataba de una fortaleza real, destinada a depósito de armas, dinero y objetos valiosos, y fundamentalmente a prisión real (hasta 1540-1545 no se establecería allí el Archivo de la Corona de Castilla).
Al cuidado de la fortaleza simanquina había un alcaide, de nombramiento real, que percibía por ello su sueldo correspondiente: entonces tenía este oficio Hernando (o Fernando) de Vega, que era señor de Grajal, comendador mayor de Castilla de la Orden de Santiago, miembro del Consejo Real de Castilla, etc., y también pariente de Acuña. Sin embargo, dado que el oficio de alcaide solía proveerse en algún personaje importante que no residía en la fortaleza (como era el caso de Vega), éste delegaba el ejercicio del cargo en una persona de su confianza, llamado teniente de alcaide, que sí vivía en ella: en aquel momento era teniente de alcaide del castillo de Simancas Mendo Noguerol.
Acuña no llegó a coincidir en la fortaleza de Simancas con el preso Pedro Maldonado, capitán de la Comunidad de Salamanca. Éste había sido apresado tras la batalla de Villalar, junto a los principales dirigentes comuneros. Al parecer, aunque en un principio se había acordado ajusticiar a Padilla, Bravo y Pedro Maldonado, las presiones del conde de Benavente, tío de Pedro, determinaron que el lugar de éste en el cadalso fuese ocupado por su primo (Francisco Maldonado). Pedro Maldonado estuvo encerrado en Simancas hasta que el Consejo Real dictó finalmente sentencia condenatoria: fue ejecutado en la plaza mayor de Simancas el 14 de agosto de 1522.
Estando ya Acuña cautivo en la fortaleza de Simancas, Carlos V otorgó en Valladolid, el 28 de octubre de 1522, una carta de perdón general en favor de muchos implicados en la causa comunera, la cual se conserva en el AGS (PTR,LEG,4,63). Se publicó en un acto solemne, realizado en la plaza mayor de Valladolid el 1 de noviembre de 1522 (por ello también se llama «Perdón de Todos los Santos»). Sin embargo, en este documento figuraban los nombres de casi trescientas personas que quedaban excluidas del perdón, al haber sido consideradas las principales responsables del movimiento comunero. Son los llamados «exceptuados del perdón de 1522», entre los cuales figuraba, encabezando la lista de eclesiásticos, el obispo de Zamora (véase imagen nº 29):
«[...] don Antonio de Acuña, obispo de Çamora capitán general de la Junta, don Juan Pereira, deán de Salamanca, don Alonso Enríquez, prior de Valladolid, el dotor [doctor] don Francisco Álvarez Çapata, mastrescuela de Toledo [...]»
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Con quien sí coincidió Acuña en Simancas fue con el mariscal Pedro de Navarra. Éste había sido apresado tras el fracasado contrataque navarro de 1516, orientado a la recuperación del Reino de Navarra para los monarcas Catalina de Foix y Juan de Albret. Primero fue encerrado en el castillo de Atienza (Guadalajara), y desde 1518 o 1519 en la fortaleza de Simancas. Allí, muy afectado por la ejecución de Pedro Maldonado y sin expectativas de liberación, parece que acabó suicidándose el 24 de noviembre de 1522 (inflgiéndose cortes en brazo y garganta con un cuchillo pequeño de escribanía).
El lugar de aposento de Antonio de Acuña en la fortaleza de Simancas incluía varios cuartos conectados. Aunque esas habitaciones fueron profundamente modificadas en reformas posteriores, parece que se corresponden con los siguientes espacios actuales: el despacho de la Dirección, ubicado en la cámara de la planta primera de la torre o «cubo del Obispo» (así llamado desde entonces) (véase imagen nº30), donde el prelado dormía, la sala de reuniones y, quizás, la sala de administración.
Salto de línea Torre o cubo del Obispo de la fortaleza de Simancas. En la cámara de la planta primera dormía el preso Antonio de Acuña, obispo de Zamora.
Allí pasó el obispo Acuña su cautiverio de tres años y medio, dedicado a leer, estudiar, escribir cartas, pintar con los colores que él mismo fabricaba (como quedó registrado en la causa de 1526) y, excepcionalmente, recibir alguna visita (del confesor, de algún intermediario para negociar su liberación previo pago de una cantidad, de abogados, etc.), previamente autorizadas y bajo el control de su carcelero, el teniente de alcaide Mendo Noguerol. Por ejemplo, en el registro de una real cédula (Valladolid, 25 de abril de 1523) del emperador dirigida a Noguerol (CCA,CED,50,406V) (véase imagen nº 31), se le ordena que permita a fray Diego de Villalán, predicador real, confesar a Acuña y llevarle determinados libros suyos (controlados por el secretario real Cobos), previo registro minucioso de los mismos:
«[…] yo vos mando que dexéis e consintáis al padre fray Diego de Villalán, nuestro predicador, que confiese e oia [oiga] de penitencia al dicho obispo, al qual consinteréis que le lleve e de los libros que veréis por un memorial firmado de Francisco de los Cobos, mi secretario e del mi Consejo. E ante que los dichos libros vayan a poder del dicho obispo, vos y el dicho padre fray Diego de Villalán los mirareis e catareis con mucha diligencia, hoja a hoja, para que en ellos no vaya carta ni escriptura metida, ni escripto cosa alguna en las márgenes a manera de notas, ni en las cubiertas de ellos ni en otra parte alguna. […]»
Mendo Noguerol, el teniente de alcaide de la fortaleza de Simancas, recibía el dinero destinado a sufragar los gastos de alimento y vestido de Acuña, procedente de las rentas del Obispado de Zamora. En el AGS existen testimonios de ello, por ejemplo:
Además, en relación con las rentas episcopales zamoranas, hay que tener en cuenta que aunque Acuña nunca llegó a ser desprovisto formalmente del Obispado de Zamora, desde 1523 los papas confiaron el gobierno de su diócesis a un hombre de confianza del emperador: el ya citado Francisco de Mendoza (el cual llegará a alcanzar la mitra zamorana tras la muerte de Acuña). En el AGS se conservan dos breves pontificios relativos a esta cuestión:
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En lo que respecta al procesamiento del obispo Acuña, por los delitos cometidos durante el levantamiento de las Comunidades, hay que recordar que estaba protegido por el fuero eclesiástico, por lo que acabarían viéndose implicados en el asunto tres papas: León X (entre 1520-1521), Adriano VI (entre 1522-1523) y Clemente VII (entre 1523-1526). Sin embargo, las diferentes actuaciones judiciales no prosperarían. Detrás de este caso estaban los conflictos entre la jurisdicción de la Iglesia y la real (el emperador deseaba que el juicio se realizase en Castilla).
Por ejemplo, los siguientes registros de dos reales cédulas de Carlos V dirigidas al cardenal Adriano, virrey-gobernador de la Corona de Castilla, están vinculados con las actuaciones judiciales realizadas durante el papado de León X:
De época del papa Adriano VI (el que fuera virrey-gobernador) es, por ejemplo, un registro de real cédula (Valladolid, 13 de febrero de 1523) del emperador, dirigida a Mendo Noguerol, teniente de alcaide de la fortaleza de Simancas, mandándole que permitiese a las personas designadas por el obispo de Burgos (Juan Rodriguez de Fonseca), juez nombrado por el papa para conocer en la causa de Acuña, hablar con éste en lo relativo a la misma, estando presente Noguerol (CCA,CED,50,311V-312R) (véase imagen nº 39):
«[...] Mendo Noguerol, lugartheniente de nuestro alcaide de la fortaleza de la villa de Simancas. Porque el muy reverendo in Cristo padre arçobispo de Rosanno, obispo de Burgos, del mi Consejo, juez nombrado por nuestro muy santo padre para conoçer de la cabsa del obispo de Çamora, que está como sabéis presso en essa fortaleza, ha de enbiar algunas vezes a hablar al dicho obispo, yo vos mando que a las personas que el dicho obispo enbiare a hablar al dicho obispo, llevando carta firmada de su nombre, las dexéis entrar al dicho obispo y hablar con él todo lo que quisiere tocante a la dicha cabsa, estando vos presente a todo ello y no de otra manera. […]»
En el AGS se conservan cuatro cartas originales del obispo de Zamora (todas sin fecha) dirigidas al emperador (PTR,LEG,4,56), las cuales debieron haberse escrito durante el breve pontificado de Adriano VI (entre 1522-1523):
Durante el papado de Clemente VII se abrió en Burgos el último proceso contra el obispo Acuña, por los delitos cometidos durante el levantamiento de las Comunidades. Esta vez actuó como juez delegado apostólico por el pontífice el arzobispo de Granada (el citado Antonio de Rojas, presidente del Consejo Real), pero parece que esta causa también se paralizó durante la instrucción. El pleito original (abril-octubre de 1524) sí se conserva, aunque incompleto, en el AGS (PTR,LEG,4,56). En el escrito de acusación (véase imagen nº 44) se exponían los graves hechos delictivos y se pedía que Acuña y sus cómplices fuesen condenados a las mayores penas, privados del Obispado de Zamora y de cualquier otra dignidad, prebenda, bienes, etc., y luego entregados a la justicia real:
«[...] Por lo qual [...] el dicho don Antonio de Acuña, obispo de Çamora, y sus conpliçes, allende de ser traidores y desleales e infieles contra sus reyes e señores naturales, y contra su reino y patria, cometieron grandes y graves delitos contra Dios [...] y contra nuestra sancta fe cathólica [...]. Por lo qual, el dicho obispo y sus conpliçes incurrieron en grandes y graves penas criminales y çeviles statuidas por los santos cánones y por derecho y por leyes y fueros de estos reinos […]. Por tanto, [...] pido y suplico a vuestra señoría [...] condene al dicho don Antonio de Acuña, obispo de Çamora, e a sus conpliçes [...] en las mayores penas criminales e çiviles statuidas en derecho [...] y se las imponga en sus personas e bienes [...]; y ansí mismo condene al dicho don Antonio, obispo de Çamora, y a sus conpliçes en privaçión del dicho Obispado de Çamora y de otros qualesquier monesterios, abbadías, dignidades, canonicatos, prebendas, beneficios y pensiones que en la Iglesia de Dios han y tienen, y de otras qualesquier graçias e indulgencias apostólicas e reales, y de otros qualesquier bienes muebles e raizes, vasallos e jurisdiçiones que ayan e tengan; y ansí condenados y privados, los degrade y relaxe vuestra señoría, y los mande relaxar y entregar a la justicia y braço seglar para que se haga de ellos lo que sea justiçia. [...]»
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Sin embargo, todo cambió para nuestro protagonista el domingo 25 de febrero de 1526, fecha en que intentó escapar sin éxito de la fortaleza de Simancas, tras haber matado a su teniente de alcaide (Mendo Noguerol). No parece haberse conservado el proceso penal original (febrero-marzo de 1526) contra Acuña por la muerte de Noguerol, ni tampoco ninguna copia autenticada del mismo. De esta causa desaparecida se hicieron diferentes copias, como la existente en el British Museum (Londres) o la copia (con escritura de comienzos del siglo XVII) elegida por Matías Sangrador, cuya transcripción publicó en 1849.
A partir de estos ejemplares podemos acercarnos a lo ocurrido, a unos hechos que parecen extraídos de una novela de intriga y acción, a una trama compleja no suficientemente aclarada y a un rico universo de personajes de todos los estratos sociales (la familia de Mendo de Noguerol, criados y esclavos) que convivían en la fortaleza simanquina: Constanza Espinosa, mujer del fallecido teniente de alcaide; sus hijos, entre ellos el primogénito Leonardo Noguerol; Bartolomé Ortega, clérigo vecino de Wamba (Valladolid), que decía misa en la capilla de la fortaleza (véase imagen nº 45) y enseñaba a leer a los hijos de Mendo (también comía y dormía en el castillo); el paje Almesto; Esteban, natural de Madrigal, acemilero y encargado de traer leña y escobas; María Sanz, ama de cría de un nieto de Mendo; Francisco de Talavera, esclavo negro encargado de subir la comida a Acuña y ponerle el brasero; Isabel, esclava negra; Juana, esclava negra, encargada de hacer a diario la cama al obispo (éste solo quería que la hiciese ella), la cual mantenía relaciones con Almesto, Esteban y Francisco (de quienes recibía dinero y regalos); etc.
Salto de línea Bóveda de la capilla de la fortaleza de Simancas. En ocasiones, allí oía misa (tras una reja) el preso Antonio de Acuña, obispo de Zamora.
El citado 25 de febrero, después de comer, el obispo Acuña y el teniente de alcaide estaban reunidos, a solas, en los aposentos de aquel, concretamente en la cámara del cubo. Al parecer Acuña golpeó en la cabeza a Mendo Noguerol con una gran piedra que tenía camuflada en una bolsa de cuero rojo (simulando un breviario). Le derribó e intentó atarle con un cordel. Sin embargo, como Noguerol forcejeaba, acabó atacándole con una especie de puñal, realizado con un pequeño cuchillo con trapos atados al mango (para mejorar el agarre). Allí quedó tendido el cuerpo de Mendo, con múltiples golpes y cortes en cabeza, cara y garganta. Había sangre por todas partes.
Además de estas armas, Acuña tenía una lanza que también había fabricado con un palo largo, un cuchillo de escribanía en un extremo y una varilla de hierro atada que había quitado de su cama (para que no se pudiese cortar el bastón con una espada o cuchillo).
Luego, el obispo tocó la campanilla que utilizaba para llamar a los criados, y dijo que necesitaba que le llevaran una candela encendida (ésta sería su oportunidad para escapar). Cuando la esclava Juana subió con la candela, Leonardo (el hijo de Mendo Noguerol) se acercó a la cámara de Acuña. Sospechó al ver tras la reja al prelado azorado y su zamarro ensangrentado. Llamó a su padre y, como no contestaba, corrió escaleras abajo, hasta los entresuelos, diciendo que creía que el obispo había matado a Mendo.
Leonardo Regresó a la cámara de Acuña con una espada, pero éste le hizo frente con su lanza y le puso en fuga. Bajó rápidamente las escaleras, gritando y pidiendo ayuda. Salió del recinto amurallado principal (véase imagen nº 46) y se dirigió a la puerta del puente levadizo (se trataba de un puente de madera, ubicado en el acceso actual sobre el foso). Allí acudió inmediatamente gente de la fortaleza, y también muchos vecinos de Simancas, entre ellos los dos alcaldes ordinarios de la villa (el bachiller Alonso Calderón y Alonso Ruiz).
Salto de línea Reja y puerta de acceso al recinto amurallado principal de la fortaleza de Simancas.
El obispo de Zamora, que iba detrás de Leonardo, tardó más en bajar y salir del recinto amurallado principal (corría menos y se había topado con Constanza, la mujer de Mendo Noguerol). Subió a la muralla, sobre la puerta del puente levadizo, y se encaramó entre dos almenas para tratar de saltar y huir (incluso llegó a lanzar su lanza). Sin embargo, se lo impidió la gente que estaba fuera arremolinada y le amenazaba de muerte si saltaba.
Los alcaldes de Simancas convencieron a Acuña de que no saltase, ofreciéndole seguridad frente a la furia de Leonardo y sus parientes. Le cogieron y subieron a su aposento, donde le pusieron grillos, esposas y cadena con candado. Inmediatamente los alcaldes realizaron una información sumaria de lo ocurrido (reconocimiento del cadáver, toma de declaración de varios testigos, etc.).
Posteriormente, se presentaron en la fortaleza de Simancas los licenciados Menchaca y Zárate, alcaldes del crimen de la Real Audiencia y Chancillería de Valladolid, con dos escribanos, para entender en la causa relativa a la muerte de Noguerol por parte de Acuña y del intento de huida de éste. Recibieron la información sumaria realizada por los dos alcaldes ordinarios de la villa y, al día siguiente (26 de febrero) continuaron ellos las actuaciones judiciales (toma de declaración de testigos, etc.). Sin embargo, desde al menos el día 20 de marzo asumió la causa (por orden del emperador) un viejo enemigo de Acuña, el licenciado Rodrigo Ronquillo, alcalde de Casa y Corte, que en solo unos días dictó sentencia.
El obispo de Zamora, al igual que otros (la esclava Juana y el clérigo Bartolomé Ortega), declaró bajo tormento (se utilizó la garrucha o polea). Acuña dijo que Mendo Noguerol le trataba muy mal desde la muerte (el 6 de febrero de 1526) de Hernando (o Fernando) de Vega, el alcaide de la fortaleza simaquina; que Mendo le presionaba para que renunciase ciertos beneficios eclesiásticos en su hijos; que el 25 de febrero le apremió sobre ese asunto y se pelearon, y que las heridas que pudo hacerle fueron en defensa propia o debido a la ira del momento; que no sabía nada de su muerte... El prelado también negó tener cómplices, dentro o fuera de la fortaleza, implicados en su huida y en la muerte de Noguerol.
Se encontró correspondencia (con información de preparativos de fuga de Acuña) de Bartolomé Ortega y el criado Esteban con el obispo de Zamora. Se descubrió que Juana actuaba de correo e intermediaria entre ellos. Pero no se demostró que éstos tuvieran algo que ver con la muerte del teniente de alcaide.
El 23 de marzo de 1526 el licenciado Ronquillo dictó en Simancas la sentencia de muerte contra el obispo Acuña, mediante garrote:
«[…] le mandó dar un garrote apretado al pescuezo apretado a una de las almenas por donde se quiso huir de manera que muera [por] muerte natural […]»
El mismo día, después de notificada la sentencia a Acuña, éste renunció al Obispado de Zamora. Luego, en la misma fortaleza, se dio garrote al prelado al comienzo del paseo de ronda, bajo las almenas de la muralla exterior por las que había intentado saltar, con la torre o «cubo del Obispo» enfrente:
«[…] se executó la dicha sentencia en el dicho obispo e se le dio el dicho garrote frontero de [enfrente de] la almena por donde se averiguó que se quería salir, estando una soga atada a la dicha almena e frontero en bajo della pegado al muro se le dio el garrote el qual le dio Bartolomé Zaratán, berdugo de Valladolid, encima de un repostero [paño] e murió su muerte natural […]»
Enterraron a Antonio de Acuña en la Iglesia de El Salvador de Simancas (según la obra Antigüedades de la villa de Simancas, escrita en el año 1580 y atribuida a Antonio Cabezudo). El licenciado Ronquillo aún tuvo que realizar otras actuaciones en relación con los cómplices del obispo: pronunció sentencia contra Juana (cien azotes y corte de la lengua); contra Esteban, que había huido y fue juzgado en rebeldía, dictó sentencia de muerte (ahorcamiento); entregó al clérigo Bartolomé Ortega a la jurisdicción eclesiástica.
Después de todo lo ocurrido, Carlos V se apresuró a pedir a Roma la absolución por el tormento y ajusticiamiento del obispo de Zamora por parte de la jurisdicción real. En el AGS se conserva el borrador de una carta [de 1526] de súplica al papa Clemente VII, para la absolución de cualquier censura eclesiástica (excomunión, etc.) en que pudieran haber incurrido el emperador, el licenciado Ronquillo y cualquier otra persona (consejeros, escribanos, oficiales, etc.) implicada en la ejecución del prelado (PTR,LEG,5,17) (véase imagen nº 47). La absolución papal de Carlos V se tramitó pronto, pero la del resto tardaría en llegar.
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4. La redención: recuerdos, leyendas y mitificación
SubirLos recuerdos del indómito obispo Acuña, lejos de apagarse por completo con el paso de los siglos, terminaron entretejiendo múltiples leyendas, como la de Toledo, la de Simancas o la de Valladolid (ésta vinculada con el alcalde Ronquillo y que llegará hasta los Cantos del trovador de José Zorrilla). En el AGS se conservan testimonios de esa memoria de Acuña en su entorno personal y familiar, en la Corte, o en las localidades y gentes vinculadas con el líder comunero, por ejemplo:
Salto de línea [Enlace a la descripción en CCBAE]
En el siglo XIX se produjo la mitificación del movimiento de las Comunidades de Castilla, promovida y utilizada políticamente para la construcción del nuevo Estado-nación liberal español. Resurgieron con fuerza los líderes comuneros Padilla, Bravo, Maldonado y Acuña, convertidos en mártires del absolutismo y en héroes precursores de las ideas liberales de la España decimonónica.
Durante el Trienio Liberal (1820-1823) tuvo lugar la conmemoración del III centenario de la derrota comunera. Se realizaron múltiples actividades, destacando entre ellas la exhumación en Villalar de los supuestos restos mortales de Padilla, Bravo y Maldonado, para darles digna sepultura (13 de abril de 1821). Se desconocía entonces que sus cadáveres ya habían sido exhumados y trasladados meses después de su ejecución.
En este contexto debemos entender el expediente, tramitado por el Archivo de Simancas en mayo-junio de 1821, para la remisión a la Secretaría de Estado y del Despacho de la Gobernación de la Península de todos los documentos relativos a Padilla, Bravo, Maldonado y Acuña, «mártires de las livertades del pueblo español», para su posterior envío a las Cortes (ARC,20) (véase imagen nº 51). Entre los documentos remitidos a Madrid (posteriormente devueltos al Archivo) estaban muchos de los que figuran en esta exposición.
Además, en el Decreto de las Cortes de 14 de abril de 1822 (en el que Padilla, Bravo y Maldonado fueron declarados «beneméritos de la patria en grado heroico»), se dispuso (artículo 11) la exhumación de los restos de Acuña, enterrados en Simancas, y su traslado a la Catedral de Zamora, estableciéndose que en su epitafio debería indicarse que dicho traslado se realizó «para hacer la justicia debida a su patriotismo».
De acuerdo con ello, el coronel Manuel de Tena, comandante de ingenieros de Zamora, el asesor Bernardo Peinador y Máximo Reinoso, teniente del Regimiento de Infantería de Vitoria, fueron comisionados por real orden para la exhumación y traslación los restos del obispo de Zamora (hay que recordar que Tena y Reinoso fueron los que en 1821 habían exhumado en Villalar los equivocados restos de Padilla, Bravo y Maldonado). A petición de estos tres comisionados se abrió en el Archivo de Simancas un expediente de búsqueda de documentos (mayo-junio de 1822) útiles para la tarea encomendada (ARC,45,38) (véase imagen nº 52). Sin embargo, la documentación existente no proporcionaba la información requerida y se abandonó la empresa.
No sabemos dónde reposan concretamente los restos del obispo Acuña, «la espada comunera de Dios o del diablo». Afortunadamente, muchos de los testimonios documentales vinculados con su agitada vida descansan, como hemos visto, en los ricos fondos y colecciones del AGS. Esperamos con esta exposición haber contribuido a difundir el patrimonio documental relativo a las Comunidades de Castilla conservado en este Archivo, una institución que ostenta la calificación de «Memoria del Mundo» otorgada por la UNESCO.
Bibliografía
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