La celebración del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, es un hito fundamental en la construcción del movimiento feminista, uno de los movimientos sociales más transcendentales para las sociedades del mundo contemporáneo. El mundo que vivimos no podemos entenderlo sin su aportación continua como agente de cambio social. Sus dinámicas de organización y protesta han configurado nuestra realidad. El 8 de marzo y las manifestaciones asociadas a dicha fecha son su principal seña de identidad, junto con el color morado. El AGA conserva en sus colecciones fotográficas gran parte de la memoria visual de este movimiento.
Si la denominada “Primera Ola del Feminismo” coincide con las reivindicaciones esporádicas de mujeres burguesas e ilustradas del mundo atlántico por conquistar la educación, el sufragio universal y el acomodo en el mundo laboral dentro de los estados liberales, las reclamaciones del movimiento obrero alumbrarían un feminismo socialista que contaría con discurso y demandas propias. La rusa Alexandra Kollontai (1872-1952) se convertiría en una de las propulsoras del modelo de “nueva mujer” que se extendería por Europa y Norteamérica durante los años veinte, asociado al movimiento socialdemócrata, y ya desde 1917, al bolchevismo.
Kollontai concibió la emancipación femenina como indisoluble de la política, y reivindicó una revolución sexual que rompiera los moldes de una sexualidad represiva, promulgando -como las anarquistas en España-, el amor libre o red love, lo que la alejaría de las posiciones socialistas tradicionales hasta la época. Ella fue cronista de la lucha de la alemana Clara Zetkin (1857-1933) por conmemorar el 8 de marzo como Día de las Mujeres Trabajadoras en la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas reunida en 1910 en Copenhague. Un homenaje a la manifestación de Nueva York en la que participaron 15.000 mujeres para honrar a las víctimas de la huelga de trabajadoras textiles del año anterior. Reclamaciones como el seguro de maternidad, la prohibición del trabajo infantil y la protección laboral, que en España canalizaría el feminismo católico de carácter proteccionista, con disposiciones como la Ley de la Silla de 1912, promovida por María de Echarri (1878-1955). En ella se prohibió el horario nocturno de las trabajadoras y se obligó a que los establecimientos de venta y similares contasen con un asiento para su descanso.
Las demandas más importantes de esa “Primera Ola de Feminismo”, como la inserción en el mundo educativo y laboral, o el sufragio, se vieron satisfechas principalmente entre las dos guerras mundiales, como recompensa de los diversos estados a la movilización de ese “ejército de reserva femenino”. En España, por ejemplo, el sufragio femenino se consagró en la Cosntitución republicana de 1931 por iniciativa de la abogada Clara Campoamor.
El fin de la II Guerra Mundial y la re-domesticación de las mujeres más transgresoras durante el conflicto, conllevaría una contestación social e intelectual de quienes se oponían a volver a posicionarse como el segundo sexo. Nacería así la denominada “Segunda Ola del Feminismo”. La mística de feminidad como madre y esposa, compatible con un empleo profesional, fue cuestionada por autoras como Simone de Beauvoir o Betty Friedan, que hablaban claramente de una discriminación a manos del patriarcado.
Las nuevas activistas nacidas entre las clases medias de las sociedades occidentales, no sólo asumían las propuestas de sus antecesoras, sino que proponían una emancipación económica e identitaria, de “las idénticas frente a los iguales”. En España este nuevo feminismo estaría representado por filósofas y sociólogas como Celia Amorós, Amelia Valcárcel, Victoria Camps, o la jurista María Telo.
La defensa del control sobre el propio cuerpo, la sexualidad y reproducción femenina, a través de la píldora anticonceptiva (1960) o la legalización del aborto, fueron también nuevos argumentos de lucha en la calle. El Movimiento de Liberación Femenina fue uno de sus principales representantes a nivel internacional (1967), y sus momentos álgidos se vivieron durante el Mayo de 1968 francés o la Marcha por la Liberación de Washington en 1970. La agenda del feminismo como movimiento social global a partir del 68 afirmó la diferencia sexual de las mujeres con unas necesidades culturales distintas derivadas de su propio “género”. Se pasaría así a una vindicación de la “otredad”, la particularidad y la belleza de ser mujeres, inspirada en el black is beautiful.
Frente a la limitada repercusión de la primera ola del feminismo en España, la oposición antifranquista y la Transición a la democracia durante los años setenta y ochenta hicieron que estas ideas penetraran con mayor fuerza. De tal modo que el movimiento feminista y la conquista de las libertades sociopolíticas fueron de la mano. Pero, como cualquier otro movimiento social, el feminismo está en continua revisión configurando hoy nuevas propuestas. Una tercera o cuarta ola de postmodernidad vinculada a las identidades sexuales queer, “líquidas” o performativas, así como al empoderamiento conocido como Girl power.