El Archivo General de la Administración (AGA) alberga gran parte de la memoria institucional del siglo pasado, especialmente la de los órganos centrales del Estado. Dentro de los miles de expedientes generados por la actividad pública, y conservados por el AGA, podemos encontrar, escondida, la memoria más directa de la gente común a través de sus solicitudes y cartas. Estos elementos de escritura popular integrados dentro de la documentación oficial permiten integrar su experiencia directa dentro del relato histórico. La lectura de las cartas hechas por las personas en tiempos terribles, como suelen ser el de las guerras o dictaduras, nos permiten «oír» directamente la voz y los susurros del pasado, y más si han sido censurados o confiscados. Buzón Especial rescata el testimonio de las personas que el Estado ha situado en los extremos: la cárcel, el exilio y la vigilancia.
En los recintos penitenciarios las comunicaciones escritas de los presos han sido, y son, objeto de inspección por parte de los responsables de la cárcel. Toda la correspondencia que recibía el interno era revisada y podía ser incautada. Este fue el caso de la pequeña nota que Pepa Acera escribió a su novio, y que fue interceptada por el jefe de Falange de Hervás, o la carta dirigida a la maestra Obdulia Guerrero, presa en la famosa Cárcel de Ventas en Madrid. En ocasiones la vigilancia se quebraba o se hacía más laxa. La conocida fotografía del anciano Julián Besteiro en la prisión de Carmona con los curas vascos presos, tomada por un fotógrafo ambulante, salió en una carta que no fue debidamente revisada por el director de la prisión.
La dirección de la penitenciaría debía entender, además, lo que se escribía; de ahí, las reclamaciones de los presos euskaldunes para poder escribir a sus familiares en su lengua vernácula.
Las misivas de los niños españoles refugiados en la Unión Soviética durante la guerra civil a sus familiares fueron planificadas, sin duda, a la hora de ser redactadas. El control y la influencia del adulto sobre estos textos transformaron la escritura infantil en un instrumento de propaganda antifascista. Ninguna carta de estos niños acogidos en la «patria de los trabajadores» se alejó de este canon antifascista.
El correo postal de los soldados en tiempos de guerra es otro clásico de las escrituras censuradas. En la exposición se muestran tres cartas de soldados marroquíes que nunca llegaron a su destino por utilizar sobre oficiales con las imágenes de la Virgen del Pilar y el Corazón de Jesús. El motivo: evitar de la acusación de proselitismo cristiano que impidiese el reclutamiento voluntarios marroquíes en el Protectorado.
Las cartas de los derrotados en la Guerra Civil Española solicitando la repatriación nos muestran la retórica del lenguaje de la sumisión al poder omnímodo del Nuevo Estado y de su Caudillo. Ese fue el caso del marinero de la Marina republicana que, tras llegar a Bizerta, pasó por diversos campos como el de Jenchela (Argelia); o el de la esposa que suplica a un antiguo compañero de promoción de su marido que facilite su repatriación exiliado en Tánger.
Como buena dictadura, las autoridades franquistas fisgoneaban el correo de los ciudadanos, pese a que el propio Estado declaraba en el Fuero de los Españoles (1945) la libertad y el secreto de la correspondencia. Las cartas amorosas entre una española y un marroquí nunca llegaron a sus destinatarios. Hemos de imaginar que las palabras escritas por la señora de las palabras, la depurada María Moliner, exiliada interior, fueron también examinadas.