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Encarnación Cabré Herreros es, sin duda alguna, una de las grandes pioneras en la Arqueología Española. Nacida en Madrid en 1911 fue hija del arqueólogo Juan Cabré Aguiló y de Antonia Herreros Enguita. Pasó su primera infancia en Santa María de Huerta (Soria), en casa de sus abuelos maternos; pero en 1917 la familia regresó a Madrid donde Encarnación recibió su educación formal. Fue alumna en el Colegio del Sagrado Corazón y, más adelante en el Instituto Cardenal Cisneros.
A esta educación formal hay que sumar la formación práctica que recibió de manos de su padre. La familia al completo solía acompañar a Juan Cabré en sus expediciones arqueológicas y, así, en los últimos años de su adolescencia, Encarnación pudo tomar parte del trabajo arqueológico en los yacimientos de Azaila, Las Cogotas y Altillo de Cerro Pozo.
Para continuar con su formación académica se matriculó en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Madrid. En 1930 trabajó en la necrópolis de Trasguija, a la vez que participaba en el XV Congreso Internacional de Arqueología y Antropología Prehistórica en Portugal; y también formó parte, entre 1932 y 1933, en la campaña en La Osera. Encarnación Cabré pudo, gracias a este trabajo de campo, formarse en varias áreas como el dibujo, la fotografía y, por supuesto, como asistente de excavaciones. En esas expediciones se encargaba de las labores de limpieza y catalogación de las piezas antes de su envío al Museo Arqueológico Nacional.
En 1933 participó en el Crucero por el Mediterráneo, un acontecimiento que reunió a muchas jóvenes estudiantes de la época en un viaje de estudios que marcó a toda una generación. También pudo ampliar sus estudios en las Universidades de Berlín y Hamburgo gracias a una beca de la Junta de Ampliación de Estudios (JAE). Allí conocería al que sería su marido, el meteorólogo Francisco Morán Samaniego.
Aunque había cursado los estudios de doctorado e inscrito su tesis doctoral, no acabó de culminar este proyecto. Su trabajo de Tesis llevaba por título Las espadas y puñales de la Edad de Hierro en la Península Ibérica e iba a seri dirigida por Hugo Obermaier.
Encarnación ejerció como docente en el Instituto Escuela de Madrid, como profesora encargada del curso de Geografía e Historia; y también fue profesora ayudante en la Universidad Central. Perteneció también al grupo “Misiones de Arte” dirigido por Manuel Gómez Moreno y encuadrado en el Centro de Estudios Históricos. Gracias a ello pudo dar varias charlas y conferencias en lugares tan emblemáticos como el Círculo de Bellas Artes de Madrid, el Teatro de La Latina en Madrid y en el Ateneo de Bilbao.
Lo cierto es que Encarnación trató de construir su vida profesional vinculada a la conservación de museos, y es por ello que preparó oposiciones para el Cuerpo Auxiliar y el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos; y también las correspondientes para convertirse en restauradora en el Museo Arqueológico Nacional. Sin embargo, su vida fue por otros derroteros. En 1939 contrajo matrimonio con Francisco Morán y durante unos años se consagró exclusivamente a su familia.
La muerte en 1947 de Juan Cabré supuso el retorno a la disciplina arqueológica, sobre todo como albacea del legado académico e intelectual de su padre. Llevó a cabo entonces una importante labor de publicación para reivindicar el trabajo arqueológico de su padre. A partir de 1975 colaboró de manera activa con su hijo, Juan Antonio Morán Cabré, continuador de la tradición arqueológica de la familia y documentalista del Instituto de Conservación de Obras de Arte.
El Museo Cerralbo surge como consecuencia directa del legado testamentario de Enrique Aguilera Gamboa quien designó personalmente a Juan Cabré Aguiló como director de esta incipiente institución museística. El padre de nuestra pionera permaneció al frente del museo hasta 1939 y fue esencial para la supervivencia de esta institución durante la Guerra Civil Española. Situado en pleno frente de guerra, Juan Cabré, que vivía en el palacio junto a su familia, se encargó de que los daños sufridos fueran los menos posibles.
En colaboración con la Junta de Incautación, Protección y Salvamento del Tesoro Artístico, se llevaron a cabo obras de refuerzo en los sótanos del Palacio para trasladar allí los objetos de la colección: desde las pinturas, el mobiliario, pasando por los objetos decorativos, así como todo aquello susceptible de ser salvado y conservado. Pero aquellas piezas más voluminosas y difíciles de trasladar permanecieron en su lugar, y únicamente se extrajo del museo una obra del Greco, San Francisco en éxtasis, que fue llevado al Museo del Prado; y más tarde a Ginebra.
Veló también por la conservación del legado documental de los marqueses de Cerralbo, mediante su custodia en cajas del Banco de España, así como en otras instituciones como el Centro de Estudios Históricos.
Durante esta etapa Encarnación siguió trabajando junto a su padre en la catalogación de las piezas de la colección.